• Daniella dentro de lo que cabe nació bien, con sus
cosas y su gran lucha posterior pero necesitó mu-
chos menos cuidados. David nació con un neumo-
tórax, costó mucho estabilizarlo y pensaban que lo
perdían, pero aun así consiguieron estabilizarlo
con respiración mecánica y estuvo bien durante las
primeras 48 horas. En la familia estábamos felices
porque pensábamos que las horas de mayor peli-
gro ya habían pasado.
• Pero no. La noche del viernes al sábado, de madru-
gada, estando aún ingresada, me llamaron corrien-
do a la habitación. Volé hasta la UCI neonatal. Re-
cuerdo ver mucha gente alrededor de la
incubadora, todos los aparatos pitando, caras de
angustia. Me dijeron que habían hecho lo posible,
pero que no habían podido salvar a David. No hay
una explicación clara de por qué se fue, un fallo
multiorgánico, de repente a las 2.30 horas de la
madrugada. Me quedé en shock, totalmente vacía,
una sensación que no puedo describir.
• Entonces me preguntaron que si quería cogerle.
No supe qué hacer y agradezco enormemente a la
pediatra que me aconsejó cogerlo, despedirme de
él y que se fuese entre mis brazos. Me permitieron
despedirme de él, estar todo el tiempo que necesi-
tase con él, igual que a mi familia. Y aunque me
hubiese gustado hacer un velatorio, llorarle, no
pude porque me quedaban muchos meses por de-
lante con su hermana y tenía que luchar por ella.
• Siempre digo que no he tenido un duelo al uso por-
que tenía a mi hija. Mucha gente no lo entiende. In-
tentan consolarte diciéndote que la tienes a ella,
pero siempre te falta tu hijo. ¡Aunque tuvieras diez
hijos más siempre te faltaría! Lucho cada día por
estar bien, no quiero que mi hija se críe con una
madre que no ha sido capaz de superar la pérdida,
que llora todos los días delante de ella. He conse-
guido hablar de mi hijo con fortaleza y sin llorar,
pero me derrumbo por las noches. Queda un re-
cuerdo muy marcado y cuando además se van tan
pronto, quedan imágenes de hospitales, de dolor, y
la sensación de no haber podido disfrutar de tu hijo.
• Mi familia nos apoyó muchísimo, lloraron con noso-
tros y todavía hoy le siguen teniendo en su recuer-
do y hablan de él con libertad porque queremos
que su recuerdo siga estando presente. Lo mejor
que puede hacer la familia es no ocultar o negar la
existencia de ese bebé porque a los padres les
duele. Da igual el tiempo con el que se fuera o el
tiempo que pudieron compartir con él, forma parte
de ese núcleo familiar y los padres quieren mante-
ner ese recuerdo siempre.
• Habría que evitar las frases como "eres joven, ten-
drás más hijos", "mejor ahora que más adelante" o
"ya ha pasado un tiempo, deberías estar bien ya".
Cada persona tiene su tiempo de recuperación, es-
tamos "preparados" para que nos deje un padre,
un abuelo, un amigo, un hermano, pero nunca un
hijo. Eso no entra en nuestra mente, es algo muy
difícil de encajar, por eso si no se sabe qué decir,
simplemente es mejor decir eso: "no sé qué decir,
solo que lo siento mucho".
• Es fundamental poder hablar de la pérdida de un
hijo con personas que hayan pasado por esta si-
tuación porque el entorno, si tienes suerte, te ayu-
dará, pero no entenderá lo que realmente se sien-
te. Por desgracia en mi círculo de amigos hemos
tenido una pérdida parecida recientemente y mi
amiga me repite mucho que sintió enormemente lo
que nos ocurrió, pero que hasta ahora no había en-
tendido el verdadero dolor. Nos apoyamos mutua-
mente porque hablamos de nuestros hijos, de
cómo eran, de cómo los sentíamos. Todo de una
forma natural, aunque a veces tengamos que llorar.
A la gente que no ha pasado por esto no le suele
gustar oír hablar de ello.
• Con el paso del tiempo creo que el sentimiento cam-
bia. Eso o nos queremos autoconvencer de que cam-
bia, porque el dolor sigue estando. Yo aún estoy
aprendiendo a vivir con esa pérdida: soy incapaz de
ver sus fotos, no tengo las cenizas en mi casa y cuan-
do miro a mi hija me entran unas ganas enormes de
llorar porque no verá jamás a su hermano. No sé si se
aprende a vivir con ello, quiero creer que sí.