bías podido hacerlo. Hay cosas que
quitan energía y cosas que te la dan.
Y entre esas cosas que te la dan es-
tán los destellos de luz de los que
hablo en el libro, que son cosas muy
sencillas pero siempre relacionadas
con el amor.
"Sin amor no se
puede superar
la muerte de
un hijo. Aunque
de entrada la
palabra super ar
no creo que sea la
más adecuada"
Tengo la sensación de que estas
cosas sencillas que comentas, a
las personas que no hemos pasa-
do por un trauma así muchas ve-
ces nos pasan desapercibidas.
Sí, es que se aprende a vivir en el
presente. Estar en el pasado es
quedarse muerta en vida y proyec-
tar el futuro crea una gran ansie-
dad. Entonces una se da cuenta
que lo que le ayuda a contactar
con la serenidad es vivir el día a
día, el presente, y estar abierto a
todo lo que ocurre en ese día a día,
poniendo atención a esas peque-
ñas cosas que realmente tienen
importancia en nuestra escala de valores. Porque un
gran duelo cambia nuestra escala de valores. Ya no
eres nunca la persona de antes. Y esta nueva escala,
generalmente, no se basa en el dinero, en la clase so-
cial o en la apariencia. Te das cuenta de que lo que te
sostiene es el cariño que puedas dar o recibir.
Dices en el libro que es muy importante que, para
que tras la muerte de un hijo “la existencia adquie-
ra sentido de nuevo”, los padres estén abiertos a
sentir el dolor, pero también la alegría. ¿Se puede
volver a ser en cierto modo feliz tras la muerte de
un hijo?
Sí, se puede ser feliz tras la muerte de un hijo. Duran-
te los primeros años, que pueden ser muchos, esto
te puede parecer imposible e incluso llegar a ofen-
derte, pero si uno ha contactado con lo que siente,
se ha permitido sentir sus emociones sin juzgarlas ni
retenerlas, y ha contado con ayuda terapéutica, al
final llega a una nueva escala de valores que busca la
sencillez. Y eso te lleva a un estado de plenitud, por-
que aceptas la vida tal y como es. Vivir en plenitud
no significa estar siempre sereno, amoroso y feliz. A
36
•
mama
• MARZO 2018
mí entender significa poder soste-
ner todas nuestras emociones,
hasta las que consideramos no
agradables. Eso va produciendo
un estado de felicidad, que no
deja de ser una actitud ante la
vida.
Te preguntaba lo de la felicidad
porque supongo que al experi-
mentar esa felicidad, muchos
padres verán disparado el senti-
miento de culpa. ¿Qué les di-
rías?
En el duelo hay muchas trampas y
el no querer vivir es una realidad
durante un tiempo. Es muy proba-
ble que de forma inconsciente o in-
cluso consciente te niegues la vida.
Para qué vivir, para qué escuchar
música, para qué ir al cine si mi hijo
no está. Eso es una trampa. A to-
dos nos pasa pero hay que intentar
trascender eso porque ya es bas-
tante difícil reinventarse tras la muerte de un hijo
como para encima tener que acercarnos al sufrimien-
to. Una cosa es el dolor, que es innato a la vida, pero
otra cosa es el sufrimiento, que es algo que nosotros
podemos elegir sentir. Y nuestra sociedad es adicta al
sufrimiento. Desde luego nadie tendría que justificar
momentos de alegría o de bienestar ante la muerte de
un hijo.
El sentimiento de culpa sería entonces otra trampa de
las que mencionas, ¿no?
Hay sentimientos de culpa muy diversos. El de no que-
rer ser feliz porque si eres feliz traicionas a tu hijo es un
engaño total, porque tu hijo para nada querría verte mal
en su honor, así que aunque sea en su honor vale la
pena volver a la vida. Luego hay otros sentimientos de
culpa, como los “si yo” que siempre nos planteamos
porque podrían haber cambiado las cosas. Estos “si yo”
siempre llevan a un callejón sin salida, siempre nos remi-
ten al pasado y desde el pasado no se puede cambiar
nada. Pero estas culpas hay que sentirlas, porque si las
escondemos se hacen más grandes. Hay que sentirlas
para trascenderlas.