“Vivimos en la era del miedo, un miedo casi medieval,
ancestral, un miedo que se evidencia en el terror a
la soledad, a la incomunicación, pero también a la
angustia vital, al pavor a lo desconocido”
Ahora tus hijos ya tienen 13 y 20 años, entre medias
de la edad que tenía el protagonista de tu novela
cuando la fama empieza a entrar en su vida. Vuelves
en parte en ‘Tierra de campos’ a la adolescencia, una
época vital a la que te has acercado tanto en tus libros
como en tus películas. ¿Qué tiene la adolescencia para
ser foco de atención tan a menudo
de tu mirada?
Es normal, todos somos frutos del
tiempo donde fabricamos nues-
tros ideales, nuestro modelo de
vida. A la edad adulta ya llega-
mos con unos mitos que marcan
nuestras aspiraciones, los revolco-
nes y los disgustos forman parte
de un anhelo, de una aspiración
a algo que nos marcamos en la
adolescencia y la infancia. Por eso
son épocas tan importantes, por-
que en ellas fabricamos nuestro
futuro, que no será más que una
proyección de nuestras fantasías.
Pisotear la infancia y la juventud
transformándolas solo en épocas
de profesionalización, de pre-
paración técnica es un error, el
niño debe soñar, porque en sus
sueños estará asentado el futuro
que busque, aquello por lo que
pelee. Para mí, como narrador, son
épocas muy estimulantes, pero en
todo lo que he escrito ha habi-
do también personajes maduros, viejos, que son un
espejo de futuro para los jóvenes, me gusta el cruce
intergeneracional, no limitar mis narraciones a una
edad o un tipo de personajes.
ellos desean ser, porque si no, el mundo sería una
tragedia. El joven disimula, pero por dentro es una
máquina de procesar información. Voy a institutos
a hablar de mis libros y películas y encuentro que
los más interesantes están callados, sometidos a
la dictadura de los medios de comunicación que
imponen que Messi o Ronaldo
son personas que admirar, que
emular, pero noto que por deba-
jo circula una corriente en la que
saben que todos esos modelos
son despreciables, que hay que
ser otra cosa más compleja,
mucho más satisfactoria que un
éxito puntual, que la fama, que
el dinero, que ser es aspirar a ser
tú.
“Tener un hijo
te hace hijo, te
hace entender
a tu padre,
comprender la
magnitud de
su fracaso, de
su frustración,
algo que nunca
te atreviste a
comprender”
¿Ves muchas diferencias entre los adolescentes
de hoy y los de la generación de Dani Mosca (que
también es la tuya)?
No, me parece que todos los adolescentes son
víctimas de su época, son secretos subversivos,
que luchan contra lo que les dicen que tienen que
ser para acabar fabricando lo que tienen que ser.
Hoy las resistencias son mayores, los jóvenes están
mucho más condicionados que nosotros, pero es-
toy seguro de que van a pelear para no someterse
al modo de ser que les imponen, para ser quienes
Muchas veces los medios de
comunicación nos muestran a los
adolescentes de hoy como una
generación perdida, pero como
me decía el poeta Emilio Martín
Vargas nosotros, como genera-
ción, “ya no lloramos porque nos
hayan robado el futuro porque
sencillamente hemos perdido la
capacidad de sentir algo por ello,
nos hemos habituado a la crisis y
la corrupción. Nos hemos hecho
viejos, en otras palabras. Ancia-
nos que se quejan de la hume-
dad”. ¿Tenemos que tener fe en la capacidad aún
intacta de emocionarse de estos adolescentes?
Sí, creo que los jóvenes son un secreto, el secreto
mejor guardado que solo ellos conocen. Trato, en
la medida que puedo, de no juzgarlos, de no sentar
cátedra sobre ellos, porque sé que nunca son como
parecen. Si algo hay nefasto en nuestro mundo
es esa sensación derrotista que les transmiten los
adultos autoindulgentes, esa idea de que hagan lo
que hagan les ha tocado, por mala suerte, un mun-
do horrible, una sociedad nefasta. No es cierto, to-
dos los momentos han sido horribles, todas las so-
ciedades han sido nefastas, pero la gente ha sabido
sacar la cabeza para hacer grandes cosas, para
lograr progresar a su manera. Incluso al terminar la
guerra civil, los españoles fueron grandiosos en su
JULIO 2017 •
mama
• 47