“Fui un hijo no
educado ni domado
por sus padres,
sino alguien que
creció libre e
independiente y
siempre asumí que
debía devolverles
de algún modo
tanta felicidad y
tanta libertad”
El año pasado se cumplieron 20
años del estreno de ‘La buena
vida’. Hace un par de números
entrevistábamos a Lucía Jimé-
nez, que nos hablaba de los re-
cuerdos que le siguen quedando
de aquel rodaje, que fue tam-
bién su estreno ante las cáma-
ras de cine. ¿Qué recuerdos te
quedan a ti de aquella película,
tu primera incursión en el cine
como director?
Yo había publicado ya mi prime-
ra novela y había escrito otros
guiones para películas, pero el
hecho de ser la primera vez que
dirigía un largometraje me llenó
de responsabilidades y miedos.
Tenía muy claro el guión y lo
que quería contar, lo que más
pánico me daba era esa serie de
intermediarios técnicos que de
pronto eran necesarios para po-
ner mi historia en pie. Pero recuerdo a los actores,
los desconocidos y los ya profesionales, como mis
colaboradores indispensables. Fue un placer y un
agobio al mismo tiempo, recuerdo ese rodaje como
algo especial, porque siempre pensé que la primera
película es la única que no puedes jamás volver a
repetir. Tú, como Dani Mosca, el prota-
gonista de ‘Tierra de campos’,
también te llevabas muchos
años de diferencia con tu padre.
En tu caso por ser el menor de
los 8 hermanos. ¿Se pareció en
algo vuestra relación padre-hijo
a la que representa el libro o tu
padre poco tenía que ver con el
de Dani?
En la vertiente cómica, mi padre
y yo hicimos viajes juntos, pasa-
mos muchas horas de conversa-
ción, pero siempre mantuvimos
una relación irónica, sin apenas
autoridad. Fue más un abuelo que
un padre, porque tenía 53 años
cuando yo nací y con apenas
ocho años, mi hermano mayor
murió y mis padres se vieron
sepultados por la tristeza y el
dolor y yo comprendí que debía
buscar los márgenes para devol-
verles algo de la felicidad y la plenitud perdida. Los
hijos pequeños somos negociadores natos, creo que
aprendí a entender a los demás y a vivir sin nadie
encima que te dijera lo que tenías que hacer, lo cual
te hace mucho más responsable y decisivo que todos
los mecanismos de autoridad tantas veces tan mal
representados por los padres.
Para entonces imagino que tus padres ya habían
aceptado que algunos de sus ocho hijos, empe-
zando por Fernando, quisiesen dedicarse a algo
tan abstracto y poco común en una familia humil-
de como el cine. Intento imaginarme vuestra casa
(de la que han salido tantos talentos) y a vuestros
padres viendo el camino que tomabais… ¿Hubo
entonces alguna frase estilo “hijo, nosotros somos
gente normal”?
No, quizá con mis hermanos mayores hubo esa
prevención, pero para cuando yo tenía 20 años mis
padres habían asumido que mi personalidad buscaba
sus propios medios de expresión y jamás me sentí
cuestionado o coaccionado a tomar un camino más
convencional. Mis padres, como tantos otros, habían
sido de alguna forma educados por sus propios hijos
y yo me beneficié de ello. Eso me hizo sentir aler-
gia de por vida al autoritarismo. Mis padres fueron
adorados por mí porque me dejaron libre, estaban ya
superados y quizá hasta vencidos por la vida, por las
tragedias de la vida, y sentí que la responsabilidad de
mi futuro era solo mía, y que a ellos solo les debía en-
tregarles nuevos placeres y satisfacciones. Fui un hijo
no educado ni domado por sus padres, sino alguien
que creció libre e independiente y siempre asumí que
debía devolverles de algún modo tanta felicidad y
tanta libertad. Imagino que aquella infancia tuya, con siete herma-
nos mayores y muchas generaciones conviviendo
bajo el mismo techo, tuvo que ser muy rica, ya que
habría muchas influencias, muchos gustos distintos y
compartidos. ¿Se ha perdido hoy en día esa riqueza?
Evidentemente, crecer en familias pequeñas, muy
cerradas y jerarquizadas, hace perder esa libertad,
sobre todo ese magma de información que era mi
casa en cada reunión. Cuando educas a un grupo,
los resultados y elementos problemáticos de cual-
quier miembro se convierten en ejemplo para los que
asisten, así que en cierto modo fui educado por la
propia educación que veía representar en los otros,
fui formado por la formación de los otros. Sé que es
imposible que las familias españolas de hoy en día
tengan ocho hijos, pero si tuviera que reducir a un
solo símbolo mi vida y mi infancia sería precisamente
eso, tener hermanos mayores que actuaban como
padres y autoridades añadidas, y al mismo tiempo re-
cibir toda la información acumulada por cada uno de
ellos. Es la paradoja del dinero y la sociedad del bien-
estar, tiende a lo cómodo y por lo tanto se pierde la
tensión. Soy hijo de la clase obrera, de cierta miseria,
y por eso soy como soy, ni tan siquiera yo he podido
educar a mis hijos en ese modelo, pero he tratado de
no perder nunca de vista lo que para mí es básico, la
ausencia total de autoritarismo y la apuesta radical
JULIO 2017 •
mama
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