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Las consecuencias para la salud
La alimentación y un estilo de
vida poco saludable tienen un efecto directo sobre nuestra salud y
nuestra esperanza de vida: la obesidad mata a 2,6 millones de personas al año en el mundo. Según la
OMS, el sobrepeso u obesidad infantil se asocia a una mayor probabilidad de muerte y discapacidad
prematuras en la edad adulta. Además, señala que “los niños con sobrepeso u obesos tienen mayores
probabilidades de seguir siendo
obesos en la edad adulta y de padecer a edades más tempranas enfermedades no transmisibles”. De
qué tipo de enfermedades hablemos dependerá, en parte, de la
edad de inicio y de la duración de la
obesidad. En este sentido, Lucía
Martínez señala que no debemos
olvidar que “la obesidad infantil no
es un problema estético sino un
factor de riesgo para que esos niños al crecer tengan mayores probabilidades de sufrir una serie de
enfermedades como diabetes tipo
II, problemas de sueño, un desarrollo anormal en la pubertad, trastornos de las articulaciones, óseos y
hormonales, problemas cardiovasculares, mayor prevalencia de ciertos tipos de cánceres (endometrio,
mama, colon) o, incluso, problemas
de fertilidad en la edad adulta”.
La nutricionista añade, además,
un factor emocional que influye de
manera negativa en el nivel de autoestima, estigma social o problemas de acoso escolar. “Esto va directamente unido a la presión
estética que hay y que choca frontalmente con la industria alimentaria”. A todo esto, debemos añadir
que los países en vías de desarrollo
o subdesarrollado se enfrentan a
un doble problema: Por un lado, la
morbilidad provocada por la desnutrición y las enfermedades de
tipo infeccioso (como consecuencia de la falta de vacunas, recursos
médicos o acceso a agua potable,
entre otros). Por otro, el aumento
de la obesidad provocado por una
nutrición y unos hábitos inadecuados (falta de lactancia materna, ausencia de información nutricional,
no tener acceso a alimentos saludables por su precio, etc.). Según
señala la OMS, cada vez es menos
raro encontrar países empobrecidos en los que coexisten estos dos
problemas aparentemente tan distantes: desnutrición y obesidad.
Mejor prevenir que curar
Ya lo decían nuestras abuelas:
“Es mejor prevenir que curar”. Y
no les faltaba razón. La obesidad
infantil, como otras alteraciones,
es un trastorno prevenible y, como
tal, está en nuestra mano evitarlo.
En el caso de que la obesidad infantil esté ya establecida es importante tener claro que podemos
solucionarlo. El primer paso es
acudir a un profesional de la nutrición y, de ser diagnosticada la patología, debemos ser conscientes
de que existe un verdadero problema y no restarle importancia.
DA
ORME
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un estilo de vida saludable”, y modificar aquellos hábitos que no
son del todo correctos. ¿Qué deberíamos tener en cuenta para saber si nuestro estilo de vida es el
más saludable? No hay recetas
mágicas. La nutricionista se centra
básicamente en dos puntos:
A nivel alimentario:
- Aumentar el consumo de frutas y hortalizas, legumbres, cereales integrales y frutos secos.
- Reducir la ingesta de grasas
no-saludables.
- Reducir la ingesta de azúcares.
A nivel de actividad fisca:
- Mantener un mínimo de 60 minutos diarios de actividad física de
intensidad moderada o vigorosa
que sea adecuada para la fase de
desarrollo y conste de actividades
diversas
Juan Revenga no duda que está
en nuestra mano mejorar la alimentación de nuestros hijos comprometiéndonos con una correcta alimentación: “Los niños comen lo
que tú tienes en tu casa, lo que tú le
pones en sus platos, lo que tú tienes
en tu nevera. Si tú no quieres que tu
hijo coma una cosa u otra, no lo tengas en casa. Es así de simple”.
Si le preguntamos a Silvia Gutiérrez por nuestro papel como padres en la alimentación de nuestros hijos nos aconseja pararnos a
analizar nuestra alimentación y
nuestro estilo de vida en general,
“siempre estando formados e informados sobre los beneficios de
JULIO 2016 •
mama
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