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Hay vida después de los 6
U
n pelo púbico. Un solitario, esporádico y traidor
pelo púbico y
mi mundo se puso del
revés. Un pelo púbico
certificó lo que mis ojos
habían visto pero mi cerebro todavía no había asumido: “¡Espabila! ¡Que tu niña se hace mayor!” Mi hija, que
por aquel entonces tenía siete años y medio, ya no era
un bebé, ni siquiera una niña pequeña. Ella se creía una
adolescente, pero no llegaba ni a prepúber, y yo, de
nuevo, como otras tantas veces desde que era madre,
pisaba un terreno desconocido en el que, además, tenía
siempre la sensación de que todas y cada una de mis
decisiones iban a tener una huella imborrable en ella.
Cuando parecía que teníamos dominados y superados los problemas que nos habían atormentado tiempo atrás; cuando habíamos dicho adiós a la lactancia,
al colecho, a los pañales, a las rabietas e, incluso, a la
adaptación escolar... Justo cuando acariciaba la ilusión
de que mi hija estaban medio criada... ¡zas! Tocaba empezar casi de nuevo.
Y tocaba hacerlo, además, en un contexto en el
que, por mucho que indagaba y rebuscaba en mi recién estrenada “tribu” bloguera, no daba con los resortes ni con las teclas adecuadas. ¿Por primera vez
la blogosfera maternal se iba a quedar muda, sin
gurús ni sabios consejos? ¿Acaso no había padres
en mi misma situación? ¿Quizás estaban tan ocupados lidiando con sus problemas cotidianos que ya no
tenían tiempo de compartirlos con el universo? O, simplemente, ¿faltaba visibilidad para reivindicar la importancia y el espacio de esa etapa aparentemente de
transición entre la primera infancia y la pubertad pero
que juega un papel vital en la madurez del niño y en su
camino hacia la vida adulta?
POR
MERAK LUNA
Teníamos que gritarlo bien
alto, por si alguien no se había dado cuenta. Teníamos
que organizarnos y advertir
a los que venían detrás: ¡Hay
vida después de los 6! Y con
ese lema -