[ EL POST DEL MES ]
alemán, todos aprendían francés y alguno incluso chino. Además, también había un gran número que iba a
clases de música, baloncesto, fútbol o robótica.
Este colegio estaba en un lugar, no muy lejano,
donde el desempleo juvenil rondaba el 50%. De ahí la
tremenda preocupación por el futuro de estos niños
y el elevado nivel de exigencia académica. Los padres
trabajaban muy duro para poder pagar las mensualidades. La competencia era fuerte y ninguno de ellos
se atrevía a hacer otra cosa que no fuera trabajar y
trabajar. En el colegio, los profesores hacían lo mismo.
De hecho, los que no cumplían las expectativas terminaban en la calle sin muchas contemplaciones.
La directiva del colegio quiso responder a la preocupación de los padres y demostrar la excelencia
educativa del centro otorgando diplomas anuales
a los mejores alumnos. Pensaban que así los niños
se esforzarían por competir entre ellos, lo que elevaría sus puntuaciones en los exámenes estatales,
pondría muy contentos a sus padres y atraería a
futuros alumnos.
Las notas eran muy importantes para los padres y
profesores, pero no tanto para los niños… El día antes
de la entrega de estos diplomas anuales a la excelencia académica, un niño le preguntó a su madre si él
tendría alguno de estos diplomas. Ella le respondió
que no lo sabía, aunque pensaba que no, porque
ningún profesor se lo había comunicado. Tal y como
se esperaba su madre, este niño no obtuvo ninguna
distinción. Al llegar a casa ella le preguntó: ¿Te dieron
diploma? Él respondió: No mamá, pero no me importa
porque le dieron uno a mi mejor amigo y ha sido muy
emocionante.
Unos días después, la madre de su amiguito se
dirigió a esta mamá para decirle que su hijo estaba feliz, pero no por el diploma. Aquella distinción
académica no le había importado nada. De hecho, lo
había dejado tirado al llegar a casa. Lo que le había
hecho tan feliz no era otra cosa que el sincero abrazo que le dio su mejor amigo al felicitarle. Fue tal la
emoción que sintió que hasta se le habían saltado las
lágrimas, le dijo.
Aquellas madres aprendieron mucho de sus hijos
ese día… porque a veces los padres sólo nos fijamos
en el valor académico de los niños. Nuestros miedos
y preocupaciones nos impiden ver el resto de sus
virtudes. Buscando lo mejor para ellos, no nos damos
cuenta de que ya lo tienen, es su infancia. Sucede
igual en los colegios, confundimos la excelencia con
la exigencia. No toda la educación es académica. Los
alumnos no son sacos que hay que llenar de conocimientos. En realidad, son personas llenas de emociones y sentimientos, y eso es mucho más importante
que todos los datos que puedan memorizar.
Estos niños solo tenían 8 años, pero creo que ese
día nos dieron una lección de vida a todos. Porque la
vida no va de competencia, va de empatía y amistad,
y nada merece la pena si no puede ser compartido.
Me niego a pensar que la vida