Madresfera Magazine 02- Febrero 2016 | Page 11

[ EL POST DEL MES ] alemán, todos aprendían francés y alguno incluso chino. Además, también había un gran número que iba a clases de música, baloncesto, fútbol o robótica. Este colegio estaba en un lugar, no muy lejano, donde el desempleo juvenil rondaba el 50%. De ahí la tremenda preocupación por el futuro de estos niños y el elevado nivel de exigencia académica. Los padres trabajaban muy duro para poder pagar las mensualidades. La competencia era fuerte y ninguno de ellos se atrevía a hacer otra cosa que no fuera trabajar y trabajar. En el colegio, los profesores hacían lo mismo. De hecho, los que no cumplían las expectativas terminaban en la calle sin muchas contemplaciones. La directiva del colegio quiso responder a la preocupación de los padres y demostrar la excelencia educativa del centro otorgando diplomas anuales a los mejores alumnos. Pensaban que así los niños se esforzarían por competir entre ellos, lo que elevaría sus puntuaciones en los exámenes estatales, pondría muy contentos a sus padres y atraería a futuros alumnos. Las notas eran muy importantes para los padres y profesores, pero no tanto para los niños… El día antes de la entrega de estos diplomas anuales a la excelencia académica, un niño le preguntó a su madre si él tendría alguno de estos diplomas. Ella le respondió que no lo sabía, aunque pensaba que no, porque ningún profesor se lo había comunicado. Tal y como se esperaba su madre, este niño no obtuvo ninguna distinción. Al llegar a casa ella le preguntó: ¿Te dieron diploma? Él respondió: No mamá, pero no me importa porque le dieron uno a mi mejor amigo y ha sido muy emocionante. Unos días después, la madre de su amiguito se dirigió a esta mamá para decirle que su hijo estaba feliz, pero no por el diploma. Aquella distinción académica no le había importado nada. De hecho, lo había dejado tirado al llegar a casa. Lo que le había hecho tan feliz no era otra cosa que el sincero abrazo que le dio su mejor amigo al felicitarle. Fue tal la emoción que sintió que hasta se le habían saltado las lágrimas, le dijo. Aquellas madres aprendieron mucho de sus hijos ese día… porque a veces los padres sólo nos fijamos en el valor académico de los niños. Nuestros miedos y preocupaciones nos impiden ver el resto de sus virtudes. Buscando lo mejor para ellos, no nos damos cuenta de que ya lo tienen, es su infancia. Sucede igual en los colegios, confundimos la excelencia con la exigencia. No toda la educación es académica. Los alumnos no son sacos que hay que llenar de conocimientos. En realidad, son personas llenas de emociones y sentimientos, y eso es mucho más importante que todos los datos que puedan memorizar. Estos niños solo tenían 8 años, pero creo que ese día nos dieron una lección de vida a todos. Porque la vida no va de competencia, va de empatía y amistad, y nada merece la pena si no puede ser compartido. Me niego a pensar que la vida