LUMEN
Edición #1 • Agosto 2014 • Página 15
Pero este discurso, que caló hondo en las masas populares, ayudo eventualmente al
desplazamiento del poder de la que comenzaba a ubicarse como clase dominante en el país a
finales del siglo XIX.
La clase de hacendados reaccionò positivamente al llamado”cambio de soberanía” al
concebirse éste precisamente en estos términos: como un cambio de metrópoli. Sin
embargo, este cambio de metrópoli representó también un cambio en el tipo de relaciones
coloniales. La invasión norteamericana del 98 marcó la transición de un colonialismo
mercantilista a un colonialismo imperialista. A fines del siglo XIX la clase internamente
hegemónica de hacendados se enfrentaba a una metrópoli débil, que seguía una política
de defensa a sus intereses comerciales; a principios del siglo XX se encontraba frente a
una metrópoli colonial muy diferente: una de las más poderosas naciones capitalistas, con
una economía en expansión que necesitaba (de hecho) exportar capital, e interesaba
controlar, no sólo el comercio, sino también la producción en la colonia. En este sentido,
la naturaleza de los conflictos sociales sufrió una transformación radical cuyo alcance los
hacendados no vieron en el momento de la invasión. Frente al interés de los
inversionistas norteamericanos en la producción, específicamente en el control de tierras
para el desarrollo de la industria azucarera, los hacendados constituían la clase antagónica
de los intereses imperialistas, y la política colonial durante los primeros años de
ocupación fue dirigida claramente a quebrar su hegemonía.
La Invasión fue seguida de dos años de gobierno militar directo que, en términos de
estrategia militar, es considerado un periodo sumamente largo para un territorio que
presentó más apoyo que resistencia a los invasores. Para los intereses invesrionistas, sin
embargo, era sumamente importante distanciar a los dueños de los medios de producción
del proceso político-administrativo, proceso cuyo control en gran medida habían logrado
los hacendados meses antes de la Invasión.26
Cuando los grupos hasta entonces hegemónicos comenzaron a ser sumergidos por la ola
de “americanizaciòn” que arropaba al país, reaccionaron primero con frustración, lo que trajo
como consecuencia que muchas de las “…simpatías iniciales se fueron desvaneciendo durante
los próximos meses y años. La fiesta se acabó pronto; el desencanto con las nuevas condiciones
econòmicas, sociales y políticas no tardò en imponerse”.27 Más adelante, la frustración continuó
en aumento, llevándoles a asumir una postura de defensa de la identidad nacional puertorriqueña.
Imposibilitados de lograr solos, como clase frente al poderío metropolitano imperialista,
la satisfacción de sus demandas, y frente a la amenaza inminente de su hegemonía social,
los hacendados retomaron la bandera de la “uniòn de la gran familia puertorriqueña”,
elevando su política a unas demandas de tipo nacional.28
26
Quintero Rivera, Ángel G., Conflictos de clase y política en Puerto Rico, Segunda Edición, Rio Piedras,
Ediciones Huracán, 1978, Págs. 33-34.
27
Scarano, Op. Cit., Pág. 452.
28
Quintero Rivera, Conflictos de clase y política, Pág. 51.