Los omniscientes N°11, Mayo 2015 | Page 36

Cualquiera que se fijara en él notaría una sonrisa sincera, feliz, melancólica que le otorgaba un aire de bonhomía insospechada. Esos instantes breves eran, sin duda, el bálsamo que aliviaba sus llagas. Imágenes de otra persona, otra vida, otros pensamientos y sobre todo: con futuro.

Qué distinto a cuando la consciencia era quien guiaba las evocaciones. Entonces aquél dulce etéreo se convertía en hiel. Ese futuro soñado se convertía, sin más, sólo en el siguiente amanecer sin nada a cambio que aguardar.

Acarició su cara, se despejó y miró la bolsa hambrienta. Alguien se detuvo a leer la carta de meriendas que pendía del muro donde reposaba su espalda. Desperezado de su ensoñación se dispuso a hacer caja. De las primeras vergüenzas al oportunismo.

Aprovechó esa parada de los indecisos para solicitarles alguna dádiva, a sabiendas que era un estorbo para una sociedad acomodada a la que sólo el hecho de estar allí desagradaba. El tener que dirimir entre dar o no una moneda era una decisión que se antojaba molesta.

"Era la vida del pobre", pensaba. Vagando entre sinsabores, rebuscando las raspas de la solidaridad, dormitando bajo un cielo plagado de desconciertos. Y así cada día.

Sabía que alguna vez, cuando sus fuerzas flaquearan o algún mal resfriado le complicara la existencia, podría acabar como algunos de aquellos a los que conoció entre las miserias de las calles: guarecidos en algún portal o bajo un cartón sin aliento que expirar. Otro más de los que llenan las fosas sin nombres.

En tanto aquello pudiera acaecer, tenía la ruta establecida. Invariable, porque cambiar no era importante, lo que interesaba era subsistir.

"Quizás un día cambie de ciudad", se planteó. Puede que alguien entonces se pregunte sobre aquél pobre que se apoyaba para mendigar en la esquina de esa cafetería. Quién sabe si alguna vez...

Sonrió... Por primera vez oteó en su horizonte algo más que precipicios.