Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 82

Con cuidado le apartó la pierna. Al tacto, su piel era como el satén. «Tranquilízate, colega.» Siguió respirando y centrándose en cómo el aire entraba y salía de los pulmones. Lo repitió hasta que empezaron a cerrársele los ojos, vencido por el sueño. Incluso mientras se quedaba dormido era consciente del cálido cuerpo que yacía a su lado y el delicado peso de la mujer entre sus brazos. El olor de su pelo, como a vainilla. Pero al final el cansancio le venció, cerró los ojos y se durmió. El sol empezaba a asomarse cuando Dylan se despertó. La habitación estaba envuelta en una especie de neblina teñida de una luz dorada que se filtraba entre las tiras de las persianas. A su lado, el aliento de Alec era como un suave susurro en la mejilla. Allí donde su piel había estado en contacto con la suya estaba cálida y al apartarse notó de repente un espacio vacío y frío que le dio impresión. Fue entonces cuando realmente fue consciente de que había pasado la noche con él. No solo con él, sino enredada en sus brazos como si fueran una pareja. Su mente barajaba imágenes dispersas de la noche en el Pleasure Dome: ella tendida sobre su regazo, la tenue luz, el compás erótico y sensual de la música, su mano cayendo con fuerza sobre su piel suave, el escozor, el exquisito placer, su mano entre sus muslos, el enorme clímax… y luego otro. «Mierda.» Su cuerpo volvía a vibrar del deseo. Se dio la vuelta para ver su perfil dormido. Su rostro se componía de líneas muy masculinas y unos labios increíblemente carnosos enmarcados por una perilla de aire malicioso. Las sábanas se arremolinaban en el torso y tenía los brazos y el pecho desnudos. Sus tatuajes le resaltaban en esa tersa piel y le entraron ganas de tocarlos, seguir con los dedos esas líneas intrincadas y sinuosas. Quería acercar los labios y saborearle pero no se atrevió. Le deseaba. Le deseaba tanto que se había entregado a él la noche anterior y quería volver a hacerlo. ¿Pero cómo era posible? Había sido capaz de reconocer que llevaba tiempo contemplando la idea de practicar esos juegos de poder y de sensaciones pero nunca pensó que lo haría tan fácilmente. No le gustaba cuestionarse. Era algo que no había hecho desde que perdió a Quinn. Nunca había dejado de culparse si bien, desde entonces, se pasaba la vida