Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 60
Cinco
Dylan había hecho exactamente lo que le había pedido Alec en el correo
electrónico que le había enviado. Iba en un taxi de camino al Pleasure Dome
vestida como él le había pedido: falda corta negra, zapatos de tacón negros, top
negro sin mangas con espalda escotada. Debajo llevaba un sujetador y unas
braguitas, también negras, con transparencias. No le había pedido expresamente
que llevara transparencias pero ella quería que la deseara. Quería que él quedara
tan afectado como ella.
No iba a intentar negarlo. ¿De qué servía? No era a la lujuria a lo que se
oponía. Eso no había sido nunca un problema para ella. Le encantaba el sexo y
siempre estaba abierta a explorar sus deseos. Era la idea de ceder todo el control a
otra persona. Simplemente no estaba segura de ser capaz de hacerlo.
Sintió una punzada de pánico en el acto, aunque no hiciera más que
imaginarlo.
Estaba lloviendo, como solía pasar en esta ciudad. En la noche, los
neumáticos del taxi pasaban salpicando por todos los charcos que surcaban las
calles. Las luces de las farolas se reflejaban en el agua y titilaban en tonos
plateados. Los escaparates estaban iluminados y teñían la oscuridad de c olores.
El corazón era como un martillito que le repiqueteaba el alma.
Seguía sin creerse que fuera a hacer eso.
El viaje terminó pronto, sacó unos billetes del bolsito negro que llevaba y se
los dio al taxista. El Pleasure Dome estaba albergado en un almacén reconvertido,
como su edificio: cuatro plantas de ladrillo con fachada gris y unos ventanales
oscurecidos. Al mirar por la ventana del coche, le pareció imponente. Levantó la
vista hasta la azotea, por donde la luna intentaba abrirse paso entre las nubes.
Cuando salió del taxi vio que Alec la estaba esperando bajo un paraguas,
vestido completamente de negro, y le tendía una mano.
—Estás preciosa, como siempre —le dijo, sonriente.
Ella intentó devolverle la sonrisa pero no funcionó.
Él la atrajo hacia sí mientras la acompañaba hacia el gran portón rojo del
club. Parecía… posesivo, muy protector, y eso le gustaba.
—No pasa nada. No estés nerviosa, Dylan. Yo me ocupo de todo.
—Eso es lo que me pone nerviosa.