Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 29

Pero no funcionó. Ya sabía que no funcionaría. Nada funcionaría salvo que pudiera verla y tocarla. Imponerse a ella. Dominar a esta mujer no sería fácil pero entonces quizás él pudiera dominarse un poco a sí mismo y recuperar un poco el control. Se percató del estropicio pegajoso que había dejado en la barriga y sacudió la cabeza. Tenía que volver a hacerlo. Seguía tratando de recobrar el aliento y sabía que tardaría un poco en poder empalmarse otra vez. Pero si la tuviera allí ahora, estaría encima de ella, arrancándole la piel, haciendo que se corriera con las manos, la boca… El pene le tembló fugazmente y se sorprendió al notar una repentina corriente sanguínea ahí mientras se le volvía a hinchar el miembro. Se incorporó y anduvo por el frío suelo de parqué del dormitorio. Fuera empezaba a amanecer; la luz del cielo violáceo se filtraba por las ventanas. Notaba el aire fresco en la piel aunque hervía por dentro. Anhelante otra vez. Entró en el lavabo y se metió en la gran ducha de azulejos de color cobre, marrón y bronce. Abrió el agua caliente, se colocó debajo del chorro y se limpió el semen de la barriga. Sin embargo, el calor punzante del agua en la piel no hizo más que empeorar la erección. Descolgó la alcachofa de hidromasaje de la ducha y la dirigió a su pene erecto apoyando la espalda en las baldosas frías y cerrando los ojos. Ahí estaba ella otra vez, con el pelo mojado que le caía por la espalda y los labios formando una «O» mientras él se arrodillaba entre sus muslos y con la lengua le lamía el húmedo sexo; ella le asía por el pelo, lo atraía hacia sí y gemía. Respiraba entrecortadamente. Estaba a punto de correrse. Solo por el agua que le rozaba la polla e imaginando a Dylan Ivory con las piernas abiertas delante. «Joder.» Orientó las caderas hacia el agua y se cogió los testículos, que notaba tensos. Y solo bastó eso. Se estremeció, se tensaron sus caderas y se corrió. «Dylan… ¡Joder!» Se apoyó en la pared que había tras él; sentía debilidad en las piernas. El placer le recorría como una corriente eléctrica bajo la piel, en el vientre y en su verga, que aún palpitaba. Respiró hondo una vez, luego otra y dejó que el agua se llevara el semen. Si ya era mala señal tener que masturbarse dos veces seguidas, como un