Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 24
Había tenido mucha suerte al encontrar el apartamento antes de que los
precios subieran al ponerse de moda el barrio entre la gente joven. La zona se
renovó y las cafeterías y restaurantes de diseño aparecieron como las setas por
doquier; también se instalaron algunas boutiques y galerías e incluso bares mucho
más modernos que los antros que durante años poblaron la zona. Aparecieron
nuevos servicios e instalaciones, como la pequeña frutería que abrió al otro lado de
la calle el mes pasado.
Cogió el ascensor hasta la cuarta planta y entró en su apartamento tipo loft.
Era un espacio abierto con suelos que había blanqueado ella misma cuando
compró el piso dos años antes. La mayoría de las paredes exteriores eran de
ladrillo visto. Los pocos tabiques que había levantado para dividir las habitaciones
estaban pintados con los colores que se le antojaban más relajantes: ámbar,
terracota oscuro, dorado y un verde musgo. Estaban decoradas con su colección de
fotografías en blanco y negro, la mayoría con elementos arquitectónicos.
Seguía buscando muebles para el piso. Solían atraerle las líneas más
depuradas de las piezas contemporáneas, como su sofá con rinconera en ante de
color verde peridoto. Al piso le daban calidez los varios apliques que iluminaban
cada ambiente, los montones de cojines en los mismos tonos de las paredes y las
plantas que había en cada rincón.
Al acercarse a la cocina, que estaba en un extremo del piso, los tacones de
sus altas botas negras resonaron en la madera. Se quitó el abrigo de lana y lo colocó
en el respaldo de un taburete alto junto a la barra americana de granito.
Necesitaba una taza de té que la ayudara a combatir la humedad que le
calaba los huesos. Y que quizá también le aclarara las ideas.
Había conseguido ignorar su respuesta a Alec Walker de camino a casa
poniendo su ópera favorita a todo volumen. Pero ahora que estaba en ella, en
silencio, no había nada que la distrajera.
Llenó de agua la tetera metálica y la dejó encima de la cocina para que
empezara a calentarse, sacó una bolsita de té —su mezcla favorita de jazmín
importado— de la caja que siempre dejaba en el encimera, y la puso en una taza de
cerámica.
La inquietud se apoderó de ella mientras esperaba a que hirviera el agua. Al
mirar por la ventana vio como perlas de agua que se agolpaban en el cristal y
transformaban las vistas en manchas de acuarela cada vez más oscuras; se frotó los
brazos para entrar en calor. Intentaba no pensar en Alec.
Pero no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera él, claro está.