Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 224

siempre hacía, Dylan se derritió. De deseo. De amor floreciendo en su pecho, abriéndola una vez más. Y se sentía bien. Alec se apartó y le murmuró en la boca. —Te quiero, Dylan. —Te quiero. Pero, Alec, a pesar de todo, continuaré teniendo miedo durante un tiempo. Necesitaré un poco de tiempo para acostumbrarme a todo esto del amor. Y para aprender a confiar en que nada te alejará de mí… Quizá nunca lo supere del todo. Simplemente, no lo sé. Pero estoy dispuesta a intentarlo. Te quiero demasiado para no hacerlo. —Buena chica. Al oír esas palabras, un escalofrío de placer le subió por la columna. —Alec… Alec le apartó el pelo de la cara. Su rostro era precioso, con las sombras desaparecidas de sus ojos azules. —Shhh… No hablemos más. Estaremos juntos. Tenemos tiempo para pensar en cómo lo haremos. Déjame subirte a casa y demostrarte cuánto te quiero. Ella asintió. Alec le pasó el brazo por la cintura y juntos entraron en el piso. Él no paró de besarla mientras subían las escaleras, con besos cada vez más apasionados hasta que tuvieron que detenerse en el descansillo para que él la cogiera y la llevara en brazos hasta el dormitorio. Dylan jadeaba, necesitada, su cuerpo anhelándole mientras él abría la puerta de un puntapié. La dejó en la cama y con su boca todavía encima de la de ella, se quitaron los abrigos mojados, dejándolos caer al suelo. A continuación, Alec hizo lo mismo con su jersey, después el de ella, las botas, los vaqueros, hasta que se quedaron desnudos, al pie de la cama. Alec no paraba de besarla. La manoseaba continuamente, tocándola, acariciándola con las puntas de los dedos, con las palmas, como pequeños besos en todos los sitios en los que la tocaba, calentando su piel fría. Era firme y suave al mismo tiempo: su boca, sus manos, sus jadeos. Y a ella, todo le parecía diferente. Más tierno. Más apremiante. No tenía sentido. Pero, pensándolo bien, el amor no tiene sentido, ¿verdad? Alec fue bajando hasta sus rodillas, con los labios acariciando su cuello, su vientre y más abajo. La respiración de él era tan cálida como esa zona entre los muslos de ella. Alec acarició el final de la espalda de Dylan, sus nalgas, la curva de sus caderas. Ella temblaba como una hoja, con el deseo agitándola en sucesivas