Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 218
que quedarme aquí compadeciéndome de mí misma. Ya lo he hecho demasiado
estos últimos días para que me dure toda la vida. Y ha llegado el momento de dejar
de permitir que el miedo lo controle todo.
—Bien hecho, Dylan. Puedes conseguirlo. Estoy aquí, pase lo que pase. Si
necesitas que me suba a un avión y vaya, lo haré. Sea para celebrarlo o para
ayudarte a superarlo. En ambos casos, solo tienes que decírmelo.
—Gracias, Mischa. Eres una mujer muy sabia.
—Seguramente no. Pero soy una escritora de novelas románticas. Se supone
que entiendo de amor. Y tú también. Ha llegado el momento de que lo
experimentes en tus propias carnes. Te lo mereces, ¿sabes?
—Me voy a levantar, me voy a serenar e iré a verle. Sé lo que tengo que
hacer.
—Bien. Llámame y dime cómo va. Y, ¿Dylan? Pase lo que pase, estarás bien.
—Quizá. Sinceramente, no creo que pueda estar bien sin Alec. Pero tengo
que intentarlo para ver qué ocurre. Gracias, Mischa.
Colgaron. Dylan saltó de la cama y se fue al lavabo, abrió el grifo de la
ducha, poniendo a máxima potencia el agua caliente. Se duchó tan rápido como
pudo.
Observó su imagen en el espejo mientras se secaba con una toalla blanca y
esponjosa. Estaba pálida y tenía bolsas oscuras bajo los ojos, que tenían un círculo
rojo tras haber llorado. Estaba horrorosa. Pero no había tiempo para hacer
demasiado al respecto. Tenía miedo de que, si tardaba demasiado, incluso aunque
solo fuera para maquillarse, perdería el valor de hacerlo. Y, si Alec todavía la
quería, debería aceptarla tal y como era.
Volvía a librar una lucha interna. Pero estaba harta de resistirse a lo
inevitable. Iba a canalizar la lucha para hacer que algo ocurriera, en lugar de
empecinarse en huir. Y se sentía bien. Se sentía más fuerte de lo que se había
sentido en mucho tiempo. Quizá más fuerte que nunca.
Se peinó, dejando que el aire se lo secara, y entró en la habitación para
ponerse un par de vaqueros, botas y un jersey de cachemir suave y negro, y añadió
una bufanda alrededor del cuello para protegerlo del frío y de la humedad.
Cogió el abrigo de lana, la cartera y las llaves. Tenía el pulso acelerado por
los nervios de lo que podía ocurrir. Por el miedo. Por la imperiosa necesidad de
decirle a Alec que le amaba.
Él la amaría o no. Y no había ni una maldita cosa que pudiera hacer al