Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 217

—No lo eres. Sencillamente, estás enamorada. Dylan negó con la cabeza. Era una cosa completamente diferente oír a alguien diciéndolo. Lo convertía en algo más cierto. —También estoy… muerta de miedo. Mischa, tuvo un accidente de moto. Nada grave, pero fue a Urgencias y eso me sacó de quicio. Quiero decir que, realmente, me volvió loca. Y esa misma noche me cuenta que piensa hacer un gran viaje hasta Baja en moto… No lo puedo soportar. No puedo soportar tener tanto miedo. —Dios, cariño, lo siento. Debe de haber sido horrible para ti. —Fue más que horrible, Mischa. Y ahora, ¿qué voy a hacer? —¿Estás segura de que no lo podéis arreglar? —Sí. Lo estoy. Si hubiera querido, se habría puesto en contacto conmigo, pero no lo ha hecho. Y no esperaba que lo hiciera. —A veces, los hombres son tozudos. Todo ese ego masculino. —Pero… Si él se sintiera como yo, no dejaría todo eso de lado… Dios, resulta todo tan estúpido. Yo soy tan estúpida. Le quiero y, aun así, le he dejado. Sin ni siquiera darle una oportunidad. Porque estoy demasiado asustada. —El miedo puede ser algo poderoso. Pero no puedes permitir que te controle, Dylan. Asintió, gimoteando. —Y lo ha hecho. Lo ha hecho toda mi vida. La necesidad de controlar, todo es cuestión de miedo. Si yo no me ocupo de todo, ¿quién lo hará? —Quizá tienes que darle la oportunidad de hacerlo. Y teniendo en cuenta todo esto del ego masculino que creo que he mencionado, quizá deberías ser tú la que dé el primer paso para decirle cómo te sientes. Si le quieres, vale la pena correr el riesgo, ¿no crees? Necesitó unos cuantos segundos para digerir lo que Mischa decía. Pero, en el fondo, se daba cuenta de la verdad de todo aquello. —Tienes razón. He sido tan testaruda. Aferrándome a todas esas viejas ideas solo porque son conocidas. Incapaz de ver cómo ha cambiado mi vida. Cómo he cambiado. Cómo él me ha cambiado. —Se pasó una mano por el pelo, con los dedos enredados entre sus rizos—. Necesito hablar con él. Necesito demostrárselo. Necesito arriesgarme a que me haga pedazos. A que me deje. Y quizá lo haga, sobre todo después de cómo le dejé la otra noche. Pero tengo que hacerlo. Es mejor