Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 162

—«Amarillo» para más despacio, «rojo» para detente. —Muy bien. Allá vamos… Alec reculó y Dylan enseguida notó el suave roce del cuero en la piel. Un látigo de ante grueso, estaba segura. Pero Alec lo utilizaba con suavidad. Dylan se dejó llevar por el ritmo del látigo mientras Alec lo descargaba siguiendo un patrón entrecruzado sobre la parte superior de su espalda, calentándola. No sentía ningún dolor, solo un placer cada vez más intenso. Ella se dejaba llevar por la música, cuyo compás él también seguía. Y la música se convirtió en parte de ello, su ritmo enérgico prácticamente una extensión del contacto del látigo. Las extremidades se le estaban durmiendo, relajando, con la sangre fluyendo por los brazos, las piernas y el vientre. Y le dolían los pechos y el sexo, pero no terriblemente. Todavía no. Dylan gritó cuando el látigo cayó como un fuerte azote sobre su espalda. Pero antes de que pudiera absorber realmente el golpe, ese suave ritmo volvió a empezar. Y de nuevo, se dejó llevar por él. Pareció continuar durante una eternidad, hipnotizándola, hasta que ella estuvo flotando en un sitio de ensueño, brumoso y precioso. Se quedó allí durante una eternidad, esperando, a la deriva. Un fuerte azote la cogió por sorpresa, la despertó un poco, pero su mente seguía flotando. Y a pesar de que él la pegaba cada vez más fuerte y el látigo le escocía y le hacía daño, Dylan seguía con la cabeza suspendida en aquel lugar magnífico, con su cuerpo transformando automáticamente el dolor en placer. El dolor era placer: deseo, necesidad, caliente y doloroso. Alec se detuvo y le frotó la piel irritada con la mano. —Estás preciosa cuando te sonrosas. Magnífica. ¿Sigues conmigo, Dylan? —Mmm… —Dylan. —En esa ocasión, le habló con voz más severa—. Contéstame. ¿Sigues conmigo? —Sí, Alec. Estoy aquí. Se esfumó el calor de su cuerpo y, de pronto, él estaba frente a ella, levantándole la barbilla con la mano, clavando su mirada en la de ella. —Quiero ver tus ojos —le dijo él—. Oh sí, te has medio ido, ¿verdad? Eso está bien. Estás justamente donde quiero. Pero una parte de ti debe estar presente