Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 139

—Sí. —Entonces, aquí todavía te gustará más. Él se inclinó, con la cabeza oscura moviéndose entre sus muslos. Tenía unos hombros anchos y se le tensaron los músculos de la espalda. Dylan atisbó las letras tibetanas que le bajaban por un hombro y quiso tocarlas, notar la tinta bajo su piel. Pero el primer susurro de su aliento cálido acariciándole su monte pubiano la distrajo. Abrió más los muslos, desaparecido todo pensamiento consciente, nada en la cabeza salvo un deseo puro y abrumador. —Sí, eso es —murmuró él—. Ábrete para mí. Precioso. Alec lamió en un gesto rápido su clítoris hinchado y necesitado y Dylan arqueó la espalda, quedándose sin aliento, jadeando. Era tan, tan bueno. Otro lengüetazo y ella aspiró ruidosamente. El placer le recorría el cuerpo como si fuera una cortina de humo. Todavía era mejor cuando él utilizaba las manos para separar los labios de su sexo, aguantándolos con un poco demasiado de fuerza, haciéndole un poquito de daño. Entonces, pellizcó la tierna carne de esa zona mientras empezaba a lamerla. Largas y preciosas caricias con la lengua, recorriendo su hendidura, deslizándose por la entrada de su sexo para, finalmente, subir hasta aterrizar en su clítoris. Y todo ello al tiempo que la castigaba pellizcándole los labios vaginales con los dedos. —Dios, Alec… Se movió más deprisa, con la lengua caliente y mojada, lamiendo y volviendo a lamer. Entonces, empezó a chuparle fuerte toda la hendidura. El placer crecía en espiral. Demasiado deprisa. Demasiado agudo. Y, cuando sumió los dedos en su sexo, sin dejar de chupar, ella se corrió. Su clímax fue un dolor intenso y vibrante que le recorrió el cuerpo. El pulso se le aceleró y llegó a otro clímax al cabo de nada, mezclándose con el anterior. Dylan arqueó las caderas para meterlo en su boca, su mano, mientras él trabajaba con los dedos, la lengua y los labios. Mareante. Devastador. Dylan jadeaba cuando él se apartó. —¿Ha estado bien, Dylan? Alec tenía la cara mojada con los flujos de ella, los labios rojos y sensuales. Su perilla oscura le pareció más malvada que nunca. —Sí… muy bien.