Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 134

—Ve a buscarla. Dylan fue hasta el lavabo, pintado en tonos gris y verde salvia relajantes, y descolgó la bata de satén rosa del gancho de la puerta, deteniéndose para observar su imagen en el espejo grande con marco de peltre que había encima del lavamanos. Tenía el pelo completamente alborotado, con esos rizos caobas enredados. Tenía la cara pálida pero las mejillas muy sonrosadas. Los ojos, enormes. Se apoyó sobre el armario de arce liso para acercarse más al espejo. Parecía que le hubieran besado los labios salvajemente, como había sido. Los tenía rojos, hinchados. Parecía diferente. Se sentía diferente. Pero ya analizaría todo aquello más tarde. Ahora mismo, Alec la esperaba. Dylan se puso la bata, se la abrochó a la cintura y salió a buscarle. Él estaba de pie al lado del sofá verde olivino, con los vaqueros caídos por debajo de las caderas. No llevaba nada más. Había algo increíblemente erótico en un hombre con un par de vaqueros, sin camiseta y descalzo. Los tatuajes y la perilla de malo no hacían más que mejorarlo. El chico malo sofisticado. Y tenía un cuerpo muy musculoso. Precioso. «Perfecto.» Hizo que no con la cabeza por esas fantasías infantiles, esas imágenes que habían aparecido en su cabeza, seguramente desde la infancia, sobre qué era un hombre. Sobre qué era erótico. Se daba cuenta de que Alec era su hombre ideal: grande y musculoso, un poco malo, pero, aun así, amable. Y, por supuesto, pervertido. Y también era un hombre que huía tanto de la intimidad como ella. Aunque parecía que aquello estaba cambiando para ambos… Dylan carraspeó. —Prepararé el té —le dijo, volviéndose hacia la cocina. Él la siguió, se sentó en un taburete alto de la barra que separaba la pequeña cocina de la sala de estar. Alec la empequeñecía, como hacía con todo lo demás. Casi parecía demasiado primario, en su cocina moderna y austera, construida con baldosas blancas, acero cepillado y madera brillante y pulida. Parecía demasiado vivo en un sitio que se había utilizado tan poco, que estaba tan increíblemente limpio. Alec era tan… puramente animal. Le hacía sentir extrañamente cohibida por la esterilidad de su cocina. Le hacía pensar con añoranza en la comodidad práctica de la casa de Alec, de su cocina. Se estaba comportando de una forma ridícula. Quizás aún estaba alterada por las endorfinas. Sí, debía de ser eso. Aquello debía explicar la flacidez de sus