Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 127

el sofá de pies y rodillas, y con el camisón todo arrugado a la altura de su fina cintura. Alec no podía esperar más. Le dio la vuelta y la tumbó con la espalda en el sofá. —Joder. El condón. La dejó para coger uno del bolsillo. Colocárselo en el pene erecto fue una inmensa tortura. Ella no dejó de mirarle en todo momento; sus ojos brillaban como la plata a la luz de la única lámpara encendida en la habitación. Era tan hermosa que casi dolía de solo mirarla. Él se inclinó encima de ella y contuvo la respiración un momento mientras le levantaba el camisón para descubrirle los senos. Perfecta. Era perfecta. Se abrió de piernas para él y Alec la miró; miró su hermoso cuerpo y la delicada abertura rosada entre los muslos. Podía notar las insistentes pulsaciones en el pene. Entonces descendió un poco más sobre ella y ya no quedó nada más del juego de poder salvo el ímpetu de su deseo, que anegaba el de ella y le ahogaba a él también. Y cuando se introdujo en ella, el placer se volvió una corriente eléctrica que le abrasó por dentro. La embistió y sus caderas fueron al encuentro de las de él. Cuando ella hizo el amago de rodearle el cuello con los brazos, él le agarró las muñecas y las sostuvo por encima de su cabeza. No quería que lo abrazara aunque no entendía bien por qué. Ahora lo único que deseaba era su cuerpo y la cálida humedad de su sexo, que le consumían. La dulce presión de sus senos contra su pecho. El olor de su piel. Quería que llegara al orgasmo; quería hacer que se corriera una vez tras otra. Obligarla a que lo hiciera. Sí, eso era lo que necesitaba. «No pienses. Hazlo y punto.» Entonces se retiró sin dejar de sujetarle las muñecas por encima de la cabeza con una mano mientras le introducía la otra entre los muslos. Masajeó su clítoris con los dedos sin piedad y lo notó hincharse con el tacto. Sabía que estaba siendo algo brusco pero también sabía que le encantaba, ya que se contoneaba y jadeaba. Cuando le pellizcó el clítoris y tiró de él, ella se corrió arqueando la espalda. —Ah, Alec, joder…