Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 122

Pisó el acelerador y pasó de largo; el pulso le latía con fuerza en las venas. Sin saber cómo, había terminado delante del Pleasure Dome. Aparcó el coche y entró. El interior del club estaba muy cálido; las luces y la música parecían seguir el mismo ritmo acompasado. Era como estar dentro del útero otra vez. No se detuvo ni a dejar el abrigo en el guardarropa, simplemente se lo quitó y entró en la sala principal con la prenda colgada del brazo. No había mucha gente; a principios de semana siempre había mucha tranquilidad. No le importaba. Lo único que necesitaba era estar allí para… ¿para qué? Cruzó la sala medio a oscuras y asintió a modo de saludo a algunas caras familiares. Fue directo a un sofá vacío al otro extremo de la sala donde poder sentarse a contemplar la acción. Un dominante al que conocía estaba montando uno de los marcos de bondage grandes y pasaba una cuerda blanca por los cáncamos que había atornillados a la madera. Alec no solía usar cuerda blanca, prefería la estética del negro o el rojo. Además, el bondage tampoco era su perversión preferida. Le gustaba usar el juego de sensaciones pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera que consiguiera una mejor respuesta de una sumisa. Al fin y al cabo todo se reducía a sus necesidades, ¿no? Le vino a la cabeza el bello rostro de Dylan, esa delicada estructura ósea y sus enormes ojos grises, pero se apresuró en borrar la imagen. «No pienses en ella.» Necesitaba distraerse. ¿No era por eso que había venido aquí esta noche? Y había traído consigo el bolsón con los juguetes. Si no pretendía jugar, ¿por qué se había molestado? Se levantó y subió al piso superior, a esa parte del club que tenía una pista de baile. Era una plataforma alzada con luces intermitentes y tres barras para bailarinas de striptease. Y como ya esperaba, había dos mujeres bailando en las barras: una rubia alta que ya había visto antes en el club y una bajita de piel dorada y larga melena morena. Ambas iban vestidas según el código del club para las mujeres: ropa ceñida y zapatos con un tacón de vértigo. Miró alrededor para ver si estaban bailando para el entretenimiento de algún dominante en concreto, pero él era el único en esa sala que les prestaba atención; estaban libres. Escogió una silla al borde de la pista de baile y se sentó, observando en todo momento a las dos chicas. No tardaron en darse cuenta. Él sonrió y asintió, dándoles permiso para que se le acercar