Literatura BDSM El Límite del Placer ( Eve Berlín ) | Page 108

seguir masajeándole el clítoris. Ella estaba algo dolorida de antes, increíblemente sensible, pero él seguía empeñado en ella, en su sexo, y azotándola. Durante un buen rato el dolor era insoportable, pero luego el placer volvió a impregnarla y se notó el sexo encendido de pasión. El dolor no era nada más que un nivel de sensación mayor que la empujaba. Con cada azote su cuerpo se alzaba más hacia su mano y los dedos expertos que le masajeaban el clítoris. Estaba a tan solo un momento de llegar al orgasmo otra vez. Notaba unos fuertes espasmos en una oleada incesante de placer. Era imposible. Era tan fuerte. Notaba calor, anhelo; le necesitaba. Se ahogaba en el mismo placer. —¡Alec! La fuerza del orgasmo la dejó temblando. Él la levantó un poco para sentarla en su regazo y la sujetó. Ella apoyó la cabeza en su hombro y notó cómo la rodeaban sus fuertes brazos. Notaba una calidez muy agradable por dentro, en el vientre, en las extremidades y también en la cabeza. En el corazón. Si pensaba en eso un momento, se diría que esto no podía estar sucediendo. Apagó esa voz porque no quería oírla precisamente entonces. No quería pensar. Ya habría tiempo para esto más tarde, para examinar la situación, desgranarla y volverla a montar de una manera que tuviera sentido. De momento, nada de eso importaba. Lo único que le importaba era que estaba allí con Alec. Él la observaba mientas ella recobraba el aliento. Tenía las mejillas encendidas en un hermoso tono rosado, como la delicada piel de su trasero después de azotarla. Era un culo perfecto con una curva dulce que ahora estaba bien asentada en su regazo, en contacto con su pene erecto. Se adentró entre sus muslos una vez más y la notó estremecerse mientras introducía los dedos en los húmedos pliegues. Estaba empapada. Preparada. Y él ya no podía aguantarse más. Alec la cambió de postura y la colocó sobre los cojines el tiempo suficiente para coger un preservativo de la mesita de noche junto a la cama y quitarse los vaqueros. Notó el frescor del aire en la piel, como una caricia en su pene duro como el acero. Joder, estaba a punto de explotar de solo ver sus vidriosos ojos grises, como el humo y el cristal. Tenía rosados los exuberantes labios y cuando su mirada se posó en su erección, se relamió.