Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 89
No había pensado en ello durante mucho tiempo. Pero Dante era tan hermoso. Un
hombre con su aspecto debería ser pintado. Y su imagen, conservada.
Ay, Dios, realmente, la situación la estaba sobrepasando. Su oscuro atractivo, su
tacto, todo lo que hacían juntos la superaba.
Dejó caer el bolígrafo de entre los dedos. Suspiró.
Sabía que corrían un leve peligro con sus puestos de trabajo, aunque él se había
acostumbrado a cerrar la puerta con llave tras la primera vez. Y ahora ella entendía
que lo había hecho para poner a prueba su confianza. No había necesitado volver a
hacerlo, correr ese riesgo. Con todo, Kara sabía que era una locura, pero no podía
evitarlo.
Se notaba mojada con solo pensar en ello. Los quince minutos que debía esperar
serían un suplicio. Se sentía dolorida, necesitada de él.
Joder, se había convertido en una especie de ninfómana, pero aquello, más que
molestarla, la divertía. Al menos, la mayor parte de las veces.
Jamás se la follaría en el trabajo. Pero la había tumbado sobre el escritorio o sobre
su regazo en la silla del despacho, y la había zurrado. Jamás la azotaba fuerte, jamás lo
hacía demasiado rudo para hacerla gritar. No estaba dispuesto a correr ese tipo de
riesgo con ella, cosa que agradecía. La había azotado, la había pellizcado mientras la
estimulaba con las manos y a ella le encantaba. Le encantaba cuando él la tumbaba en
el sofá de piel de su despacho y se le ponía encima, inmovilizando su cuerpo,
apretándola contra los cojines, haciéndola sentir totalmente sometida.
Kara se seguía sorprendiendo por lo mucho que le gustaba su dominación. Por lo
fácil que había cedido a eso y a él. Y cuando la llevaba de vuelta a su casa, era todavía
mejor. A medida que se acostumbraba al juego del BDSM, Dante era más duro y ella
podía soportar más cosas. Quería más. Incluso hablaron de ir a su club, el Pleasure
Dome. Eso hacía que se pusiera un poco nerviosa, pero la idea también la excitaba.
Sobre todo la idea de hacer las cosas que hacían juntos con otra gente mirando.
Se estremeció y volvió a mirar el reloj. Cinco minutos más. Sacó la polvera del
cajón del escritorio y se miró en el espejito. Le brillaban los ojos color avellana, tenía
las mejillas un poco sonrosadas. Se pasó el cepillo por el pelo y se aplicó un poco de
brillo de labios. Nada demasiado oscuro porque, de todos modos, se le acabaría
corriendo con los besos. Sonrió al espejo antes de cerrar la polvera y levantarse de la
silla.
Se alisó el vestido sobre las caderas, sobre el vientre y se arregló un poco el pelo.
Era hora de irse. Con él.
«Dante.»
Cuando Kara abrió la puerta de su despacho, él estaba de pie y apenas le dejaba
espacio para entrar. Dante estiró el brazo y, con una mano, la cerró tras ella. Kara
captó su olor al instante, ese aroma de almizcle oscuro y sugerente.