Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 77

Kara ya temblaba antes de que él ni siquiera la tocara. Luego, Dante le acarició el trasero con la palma de la mano y ella empezó a ponerse más húmeda. Se tuvo que agarrar a la punta del escritorio, obligándose a permanecer quieta. Dante no paraba de mover la mano por encima de su piel desnuda, con esa sensación tierna y dulce. Sin embargo, ella anhelaba ese contacto más fuerte. —Dante, por favor… —¿Ansiosa, preciosa? Pero deberás esperar a que yo esté a punto. Coge aire, sácalo. Y espera. Kara soltó un suave gemido. Él se echó a reír, con una risa malvada. No paraba de acariciarle el pelo; con su palma, con las puntas de sus dedos. Era maravilloso. Era una tortura. —Limítate a fundirte con mi contacto —le ordenó él—. No pares de respirar. Sí, eso es. Kara intentó hacer lo que le mandaba y, al cabo de unos segundos, lo consiguió. Empezaba a fundirse, a perderse a la deriva. Se le cerraron los ojos. La palmada brusca en el culo la hizo parpadear. Y entonces, una ola de placer inundó su cuerpo, su sexo. Placer, intensidad y su denso olor la envolvían por completo. Casi sin darse cuenta, inconscientemente, se le arrimó más. Dante soltó otra risa floja. —Me encanta que te guste tanto. Que respondas así. Le volvió a dar una palmada. Esta vez, Kara ya estaba preparada. Con todo, le hizo daño y, sin embargo, era una sensación maravillosa. Como algo que ella necesitara. Dante se detuvo para rozar su carne ardiente con la palma antes de volver a zurrarla. Una y otra vez. Lo bastante fuerte para que le doliera, para que ese escozor reverberara a través de ella con pequeñas oleadas de placer. —Dios, Dante… —¿Qué tienes, Kara? —preguntó él mientras metía una mano entre su cabello y lo acariciaba un poco antes de agarrarla con fuerza por los lados del cráneo. Hasta eso le resultaba puramente erótico porque aumentaba las sensaciones en su cuerpo dolorido. —Por favor, tócame, Dante. —Me encanta cuando lo pides así, con tanta amabilidad. —Le acarició la cadera con la mano y la bajó hasta llegar al monte de Venus. —Ah, Dante… Él le susurraba al oído y le calentaba la piel con su aliento. —¿Es esto lo que necesitas, preciosa? Y entonces, puso sus dedos bajo el encaje, justo dentro del calor húmedo. —¡Oh! —Estás tan resbaladiza. Tan mojada —murmuró mientras movía los dedos arriba y abajo por su clítoris, explorando su abertura, antes de incitar sus labios hinchados una