Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 74

Siete Kara no sabía cómo había sobrevivido a los dos últimos días. El lunes, tras comer con ella, Dante había desaparecido dentro del despacho de Ed Tate y todavía seguía allí metido cuando ella se hubo ido. El día anterior Dante le había enviado un mensaje de texto en el que le pedía su dirección privada de correo electrónico y se la había dado, pero desde entonces no había sabido nada más. Y ahora llegaba el final de la jornada laboral del miércoles y se preparaba para irse del bufete. Actualizó la bandeja de entrada de su correo por última vez, esperando ver algún tipo de mensaje de Dante, aunque solo fuera una confirmación de que el plan de esa noche seguía en pie. No había ningún mensaje nuevo en su bandeja de entrada. Maldita sea. Dejó escapar un suspiro y cerró el correo electrónico, antes de apagar el ordenador. ¿Por qué se comportaba como una adolescente cegada? Jamás había sido de ese tipo de mujeres que esperaban al lado del teléfono —o del ordenador— por un hombre. Ni siquiera con Jake. Una de los motivos por los que él se había sentido tan atraído por ella, aunque él le había contado eso al principio de la relación, era su independencia. A Jake le había gustado tener que perseguirla, el hecho de que ella no siempre tuviera tiempo para él. Quizás le estaba poniendo las cosas demasiado fáciles a Dante. Quizá debería hacerse rogar un poco. Decirle que esa noche estaba ocupada y que, finalmente, no podría acudir a la cita. Sabía muy bien que no iba a hacer nada de eso porque se moría de ganas de verle. Prácticamente temblaba de pura necesidad, de la necesidad de verle, de que él la tocara. De volver a estar con él, básicamente. «Es ridículo.» Pero no podía dejar de pensar así. Con un suspiro, se puso la gabardina, recogió el bolso y salió al pasillo. No pudo evitar asomar la cabeza por la puerta cerrada del despacho de Dante de camino al ascensor. Así pues, estaba trabajando. Estaba bien saberlo. Sonó su móvil y ella respondió sin mirar quién la llamaba. Tenía la mirada todavía fija en la puerta de Dante al final del largo pasillo. —¿Sí? —Kara. ¿Te he pillado antes de que salieras del edificio? Dante. Se le derritió el estómago y le fallaron las piernas. Sentía esa misma intensidad que, enseguida, le empezó a calentar la zona entre los muslos.