Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 72

Sabía que eso era mentira. Una mentira que no estaba dispuesta a afrontar. Dante estiró el brazo, le cogió la mano y le acarició la palma con el pulgar. El calor se apoderó de su piel. —El miércoles por la noche, pues —dijo. Otra orden. —El miércoles me va bien. Él le volvió a sonreír. —Excelente. Pagó y se marchó. Salió fuera, hacia el frío de la tarde de enero. El cielo era gris y amenazaba lluvia, pero, por suerte, todavía no había empezado. Kara había salido demasiado apresuradamente del bufete para encontrarse con Dante como para pensar en coger el paraguas. Demasiado excitada, un poco enfadada porque él la citara. El enfado había desaparecido como si jamás hubiera existido. Dante hizo señas a un taxi y le sostuvo la puerta para que entrara. —Supongo que querrás mantener las cosas en secreto. Cogeré otro. —Gracias. Por el almuerzo. Y por pensar en… mi reputación. —Ella se echó a reír —. Vaya, parezco una quinceañera de los años cincuenta. Dante sonrió, se inclinó y le dio un beso en la mejilla con un suave roce de sus labios. Kara ardió por dentro enseguida. —De nada. Te veo en el bufete. Y en mi casa el miércoles por la noche. Estate allí a las siete. Ella asintió, pero el deseo desgarrador no le permitió decir nada. Dante la ayudó a entrar en el taxi y ella volvió al trabajo, cruzando y descruzando las piernas, intentando calmar la necesidad punzante y vibrante entre los muslos que le había provocado su beso. «Solo son dos días.» Esos dos días le iban a parecer una eternidad. Suponía que debería volver con su amigo vibrador. Pero sabía que no haría nada más que mitigar ese deseo. Nada iba a calmar el calor que recorría su cuerpo. Nada excepto el contacto de Dante. «Dante.» No debería desearle tanto. Ciertamente, no debería necesitarle. Pero lo hacía. Tenía miedo de que fuera algo más que esos besos extenuantes, su destreza para tocar. El modo instintivo como sabía lo que ella necesitaba. El sexo pervertido y alucinante. Pero tenía más miedo aún de parar y, realmente, pensar en todo ello. Porque si lo hacía, tendría que afrontar el hecho de que Dante de Matteo era un hombre del que se podía enamorar. No tenía intención de enamorarse de nadie. Hasta entonces, le había salido bastante bien. Incluso con Jake, había sido una situación cómoda. Más que nada, ambos se habían encontrado con eso. Había sido pr