Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 68

—Dante, deberíamos parar todo esto. Tú deberías parar. Él negó con la cabeza. —Solo si realmente quieres que lo haga. Pero no creo que sea el caso. —Eres abogado. Puedes encontrar una manera de rebatirlo todo. —Lo mismo se puede decir de ti. Ella le observó, frotándose la muñeca en la zona donde sus dedos habían estado segundos antes. Se sentía como si él todavía la estuviera tocando. Como si hubiera dejado una señal en su piel. Como si la hubiera marcado. —Así pues, ¿vamos a continuar discutiendo, Kara? Porque, tal y como has dicho, me puedo pasar el día haciéndolo. Y tú también. Pero ¿por qué malgastar nuestras energías discutiendo? Ambos queremos lo mismo. Lo queremos desde el principio. Quizá ya desde el instituto. Pero entonces no lo podíamos admitir. Ahora puedo. ¿Y tú? Kara empezó a negar con la cabeza. Pero había algo en ese tono bajo y regular de su voz, el control absoluto con que hablaba, que llegaba hasta lo más hondo de su ser y la afectaba enormemente. Tenía razón. Lo quería. Quería las cosas que hacían juntos. Y ese era el motivo por el que estaba tan enfadada. Pero tenerle parecía un riesgo. Porque trabajaban juntos, sí. Pero había algo más… en él había algún elemento peligroso que no quería analizar demasiado profundamente. —Dime qué piensas, Kara —preguntó. Exigió. —Pienso que… tienes razón. Ella levantó la mirada hacia él, pero no había regodeo en su expresión. En su cara, en su sonrisa, no había nada más que puro placer. —Confiaba en que verías lo equivocado de tu razonamiento. —Ahora te estás riendo de mí. —Pero, en realidad, no le importaba. —Sí. No lo puedo evitar. Te hace sonrosar y estás preciosa. Me hace pensar en el tono precioso que adopta tu culo cuando te azoto. —Dante, ¿tienes que hacerlo aquí? —Oh, sí. —Amplió la sonrisa—. Por supuesto. —Eres un hombre malvado —le dijo sonriendo un poco. —Lo intento. Ella hizo un gesto con la cabeza. —No voy a comer nada, ¿no? —Pediré algo. Te quiero bien alimentada para lo que tengo en mente para después. Era demasiado peligroso el modo como su cuerpo se encendía y ardía de pura necesidad con la simple idea de ir a casa con él y volver a su cama. O a la encimera de su cocina. O al suelo de la salita. —Quizá deberíamos… pensar en todo esto, Dante.