Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 65

absorbiendo las paredes de ladrillo desnudas, la iluminación tenue, el resto de gente comiendo, hablando. Había un grupo importante de gente comiendo y, con todo, había algo tranquilo, íntimo, en ese lugar, uno de los motivos por los que lo había escogido. Cuando el sake llegó, pasó del té, vertió el sake frío del decantador de porcelana blanca en la tacita y tomó un sorbo. Volvió a mirar el reloj. La una y diez. ¿Al fin y al cabo, había acabado ganando ella? Y si era así, ¿cuál era el siguiente paso lógico? Para él, aquello era un terreno nuevo. Estaba acostumbrado a ser el que controlaba. Todo. Lo prefería así. Le gustaba —necesitaba— controlar las cosas. Todo funcionaba mejor así. Basta de historias tristes como la que tuvo con Erin en la universidad. No pensaba permitir que eso ocurriera. Siempre que lo tuviera bajo control, podía asumir la responsabilidad de todo. ¿No era eso lo que debía hacer un hombre? Tal y como su padre le había enseñado. De hecho, lo que su padre le había grabado a fuego. Pero a pesar de las veces que su padre les había hecho sentir culpables a él y a su hermano Lorenzo, su padre había tenido razón. La responsabilidad equivalía a control. Era todo una idea, una manera de vivir la vida. Una filosofía de vida que había aplicado sin falta desde que Erin había muerto. Sintió una pequeña punzada en el pecho al pensar en Erin. Tomó otro sorbo de sake. A la larga, desaparecería, pensó. ¿Por qué siquiera pensaba en todo aquello ahora? La severidad de su padre, su novia de la universidad, viejas culpas. Solo tenía que tener las cosas controladas —y a Kara— y estaría bien. Perfectamente. Miró el reloj. Pasaban quince minutos. Maldición. Vació la taza de sake y se sirvió otra. Levantó la mirada para hacer señas a la camarera y pedir. Y se encontró a Kara en el otro extremo de la mesita. El viento le había alterado un poco el aspecto, pues tenía el cabello castaño y sedoso despeinado. Tenía las mejillas sonrosadas; seguramente, por el frío. Tenía el mismo aspecto que cuando estaba en su cama. Desnuda y sonrosada por el orgasmo. De repente, se le puso dura y solo por el simple hecho de ver a Kara ahí, con unos ojos que le brillaban de fastidio. Además, tenía su sensual boca firmemente cerrada. Vaya, estaba muy cabreada, algo que le causaba más satisfacción de lo que debería. Qué diablos. A fin de cuentas, había