Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 58
—Lo mismo digo. Ha pasado mucho tiempo. Del instituto, quiero decir; ha pasado
más tiempo del que quiero recordar. Espero que te guste este sitio.
Él sonrió y los hoyuelos le arrugaron las mejillas. Precioso y encantador como
siempre.
—Estoy seguro de que me gustará.
¿Por qué diablos se sentía tan nerviosa? Solo unos pocos minutos antes habían
coqueteado por teléfono.
Solo era un hombre. Solo otro hombre más.
«Mentirosa, mentirosa…»
Tenía que salir de allí.
«Te va a crecer la nariz…»
—Si me perdonáis, hay un cliente que espera que le llame —consiguió decir ella.
Kara hizo un gesto de despedida con la cabeza, bajó la mirada y salió de la sala de
conferencias, para volver tan deprisa como fuera posible a la intimidad de su
despacho. Cerró la puerta tras de sí y se reclinó en ella durante unos segundos,
intentando recuperar el aliento. Entonces, fue hasta el escritorio, cogió el teléfono y
marcó el número de Lucie.
Escuchó el tono con el corazón desbocado, esperando que su amiga no estuviera
ocupada y pudiera hablar. Acababa de ampliar su empresa de catering, Luscious, y
había dedicado un montón de horas a dirigir la reforma de la cocina nueva que había
alquilado, una empresa enorme, como bien sabía Kara.
—Venga, venga —murmuró ella mientras se paseaba por el despacho con el teléfono
bien agarrado entre los dedos.
—¿Hola?
—¡Lucie! Gracias a Dios que estás ahí.
—Por Dios, Kara, ¿estás bien?
—Todo el mundo me lo pregunta.
—Bien, así pues, ¿lo estás?
—Sí, estoy bien. Al menos, eso creo… —Se quedó callada antes de exhalar un largo
suspiro—. No sé cómo estoy.
—¿Me puedes aclarar qué pasa? ¿Es algo relacionado con un hospital?
—¿Cómo? No, nada de eso. Nada tan serio. Quiero decir, es serio, pero nadie se
muere. Salvo yo. —Se movió tras el escritorio y se sentó en la silla, apartándose el
pelo de la cara—. Lo siento. Lo que digo no tiene sentido, ¿verdad?
—No. ¿Te importa intentarlo otra vez? —le preguntó Lucie.
—De acuerdo. De acuerdo. —Kara estiró el brazo para coger el botellín de agua
que siempre guardaba en el escritorio y le dio un sorbo—. ¿Recuerdas la otra noche en
tu fiesta de inauguración?
—No sé, bebí mucho vino. ¿De qué hablamos concretamente?