Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 56

Miró a Theresa, cuyo rostro permanecía impasible. Claro que ella siempre permanecía tranquila; era una de las cosas que la convertían en una abogada tan buena. El único rasgo que traicionaba ese rostro sereno y de aspecto impecable era el fuerte brillo en sus ojos castaños y un diminuto temblor en su perfecto moño. Kara se estremecía por dentro. Se retorció las manos encima del regazo e intentó aspirar hondo. La cabeza le iba a mil por hora. No podía ser Dante. Pero Lyle le estaba acompañando hasta una silla al lado de la suya, en la cabeza de la mesa. El hombre mayor sonreía, con aspecto satisfecho, meneando la cabeza de pelo canoso mientras intercambiaba algunas palabras en voz baja con el nuevo socio minoritario. «Mierda.» El resto de la gente entró y se sentó; Lyle se puso en pie. Tenía casi setenta años pero aún andaba muy erguido, como un palo, y era un hombre elegante y poderoso. —Me gustaría presentaros a Dante de Matteo, el nuevo socio minoritario de Kelleher, Landers y Tate. Todo el mundo aplaudió cuando Dante se puso en pie y sonrió al personal. Kara intentó devolverle la sonrisa, pero sabía que tenía la cara congelada. Dante la observó y apartó rápidamente la mirada. Su rostro no revelaba nada. Pero debía de estar tan estupefacto como ella, ¿no? Lyle siguió hablando. —Dante posee una carrera sorprendente para un hombre de su edad y experiencia. Hemos tenido la suerte de convencerle para que se uniera a nosotros. Estoy seguro de que todos haréis lo posible para darle la bienvenida, para ayudarle a aclimatarse a nuestro bufete. Y estoy seguro de que todos estaréis tan encantados con su presencia entre nosotros como yo. Esperamos grandes cosas de este joven. Grandes cosas. — Lyle hizo una sonrisa indulgente. «Oh sí, grandes cosas, en las que Dante andaba metido…» ¡Joder, no debería pensar así en el trabajo! Pero no lo podía evitar. A pesar de que le carcomía el rencor porque el cargo era para alguien que no era ni Theresa ni Gary, y de la impresión que le había causado ver a Dante en su oficina, el deseo corría por sus venas. Dante estaba magnífico en su traje gris oscuro. Llevaba una camisa completamente blanca y una corbata ámbar brillante que hacía que sus ojos parecieran oro líquido. Era evidente que ese hombre sabía arreglarse bien. Más que bien. Cruzó las piernas, tratando de pasar por alto el dolor repentino y fuerte que sentía entre ellas. No era aceptable. No podía desear a un hombre con quien trabajaba. Y estaba claro que no podía seguir viéndole. Era la historia de un fracaso anunciado. Y Dante era un socio minoritario, lo que quería decir, básicamente, que ella trabajaba a sus órdenes.