Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 54
—Dante…
—Ahora mismo estás deslizándote hacia ese sitio, ¿verdad, preciosa? Pero no me
alargaré más. Sé que tienes que trabajar.
Ella inspiró profundamente, intentando serenarse.
—¿También estás en el trabajo?
—Sí. Primer día en el nuevo trabajo. Bonita oficina. Me parece que me va a gustar.
Y en el barrio hay algunos restaurantes fantásticos para comer. Quizá podríamos
quedar para almorzar esta semana. En algún sitio con manteles largos de tela. Tengo la
fantasía de follarte bajo la mesa. En un sitio un poco público. ¿Qué te parece?
Ay, madre, estaba empapada.
—Creo que eso es… muy interesante.
Él rio, aparentemente satisfecho.
—¿Trabajas muy lejos? —preguntó él—. Acabo de caer en la cuenta de que jamás te
he preguntado cómo se llama el bufete para el que trabajas. Estábamos demasiado
ocupados con otras cosas.
—Está… —Sonó la línea principal del teléfono—. Lo siento, Dante. Tengo una
llamada en el teléfono del trabajo. ¿Puedes esperar un momento?
—No pasa nada. Te dejo con esa idea y te llamo esta noche. Tengo una reunión
dentro de unos minutos.
—De acuerdo.
—Que tengas un buen día. Y, oye, piensa en el almuerzo.
—Mmm, lo haré.
Colgaron y ella descolgó el teléfono del trabajo.
—Hola, Ruby. ¿Qué hay? —preguntó a su secretaria.
—Se supone que debo recordarte que hay una reunión dentro de cinco minutos en la
sala grande de conferencias.
—Ah, lo había olvidado. Esta mañana estoy un poco lenta. Gracias, Ruby. Allí
estaré.
Bebió un poco más de café con leche, abrió la polvera que guardaba en su escritorio
para retocarse con el pintalabios, se puso en pie y se alisó la falda de tubo de color
gris carbón. Hora de olvidarse de Dante y concentrarse en el trabajo.
Abrió la puerta del despacho y salió por el pasillo, con los tacones repicando sobre
el parqué. El bufete Kelleher, Landers y Tate se encontraba en un edificio de ladrillo
clásico y hermoso, con ventanas altas y una preciosa estructura antigua bien
conservada. Kara agradecía la moldura recargada del techo, los suelos de parqué de
amplios listones y el hecho de que siempre amueblaran la oficina con antigüedades o,
al menos, con reproducciones de antigüedades, que le conferían un aire como de
edificio de los años cuarenta, si no fuera por el ordenador que había encima de cada
mesa. Era un entorno de trabajo mucho más acogedor que las oficinas impersonales que