Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 48
jabón en la otra. Y cuando volvió a cerrar los ojos, la empezó a lavar.
Jamás había experimentado nada como aquello. La enjabonó con una mano, con los
dedos resbaladizos. Maravilloso. Le masajeaba los labios de la vagina hasta que ella
creyó que iba a morir por el exceso de sensaciones. Se tuvo que morder el labio para
no moverse. Kara respiraba entrecortadamente, jadeando sobre su pecho.
—Te gusta —dijo él—. Puedo notar cómo se te hincha la piel al tocarte. Puedo notar
lo grande que se te pone el coño. Tan hermoso.
Le masajeó el clítoris y ella jadeó.
—¡Ah!
—Shhh, Kara. No te muevas. No digas nada, hazlo por mí. Puedes hacerlo.
Entonces, apuntó el chorro de agua caliente sobre su clítoris y el placer que ella
sintió fue como la seda: brillante, sinuoso y le recorría el cuerpo entero.
Kara aspiró fuertemente, contuvo el aliento mientras él apartaba el agua y volvía a la
tarea con la mano resbaladiza.
—Ábrelas más —le ordenó y ella lo hizo sin rechistar.
Se dio cuenta de que su mente viajaba a un sitio brumoso. Que se vaciaba un poco.
Se calmaba. Era como un suave zumbido en la cabeza.
—Bien, Kara —le dijo Dante—. Y ahora, estate quieta.
De nuevo, el agua en el ápice de sus muslos, aunque esta vez más fuerte, con el
golpeteo duro del ciclo de masaje apuntando directamente a su clítoris.
Tenía que cerrar las piernas, tenía que contener el clímax.
—¿Necesitas correrte? —le preguntó él.
—Sí… ¡Ahora!
—Ahora no, Kara. Aguántalo. Aguántate en este punto. Aguántalo hasta que te diga
que te corras.
—Dios mío…
Pero tragó saliva y asintió. Se resistió contra la avalancha de sensaciones.
—Piensa en todo lo que sientes. Separa todas las sensaciones —le ordenó con voz
más suave—. El agua que cae encima. Mi voz. La textura del jabón. ¿Has sentido
alguna vez algo tan resbaladizo? Yo creo que no. El jabón y lo increíblemente mojado
que tienes el coño. Increíble.
Intentó hacer lo que le mandaba. Mentalmente se tomó un momento para reconocer
cada sensación por separado. Parecía que lo hacía crecer todo, que lo multiplicaba.
Aspiró fuertemente y retuvo el aire en los pulmones.
—Buena chica, Kara. Eso es. Piensa en el placer que crece dentro de ti. Y retenlo.
Aguanta para mí, Kara.
—Sí —susurró ella—. Sí.
—Ah, ahí es exactamente donde te quiero.