Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 46

—A decir verdad, no eres malo. Solo… un poco malvado. —Pero te gusta. Dante estiró el brazo y le acarició la muñeca con los dedos, la levantó y le dio un beso tierno. Le mordió la carne, lo justo para que ella notara sus dientes afilados. —Sí —respondió ella, intentando disimular sin éxito el repentino temblor de lujuria en su voz. Ya volvía a quemar por dentro, con el sexo otra vez ardiente. Y podía ver el crudo deseo en la cara de Dante. —¿Has comido lo suficiente, Kara? —De momento. El tono de él cayó una octava. —Entonces, ¿por qué no te meto en la ducha? Él no esperó a que ella respondiera. Le cogió la mano, le pasó el brazo por la cintura y la llevó hasta el baño, una de las pocas habitaciones cerradas y que ocupaba gran parte de la pared trasera del loft. Le quitó la parte superior del pijama y se quedó desnuda. Los pezones se le endurecieron por el aire fresco y la excitación mientras él estiraba el brazo dentro de la enorme cabina de ducha y abría el grifo. Dante se quitó los pantalones del pijama, abrió un cajón del moderno tocador de arce y sacó una sarta de preservativos. —Oh, espero que vayas a utilizarlos —le dijo ella, con el sexo cada vez más húmedo. Él sonrió, con esos dientes blancos y fuertes, enseñándole los hoyuelos y el deseo, patente en esa boca tan sensual que tenía. Ella bajó la mirada y descubrió que él estaba a punto, duro. Se estremeció. —V a hacerte muchas cosas aquí dentro —respondió Dante mientras la atraía oy hacia él. Se agachó para besarla; la boca de Dante sabía a café caliente y jarabe de arce. Dulce y fuerte, como él. Ay, madre, ese hombre sabía besar. Tenía unos labios suaves, aunque exigentes. Su lengua se escabullía y se apoderaba de su boca. La hacía estremecer de deseo, con pequeños escalofríos que le recorrían todo el cuerpo. Su pecho era un plano duro de músculo contra sus pechos. Sus abdominales eran igualmente sólidos. Y su polla era un mango rígido apretando su estómago. Dante apartó su boca de la de Kara el tiempo justo para meterse en la ducha. Y entonces la envolvió una oleada de calor húmedo mientras caía el agua, aparentemente desde todos los sitios a la vez. Lo único que ella sabía era que estaban empapados, con sus cuerpos pegados. Ella se notaba la piel resbaladiza; percibía un aroma cítrico y algo más oscuro… el almizcle que emanaba de él. Su jabón. Incluso su olor hacía que su cuerpo se calentara y que su sexo vibrara de necesidad. Entonces, Dante se apartó y la mantuvo a un brazo de distancia.