Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 41
«Para. Contrólate un poco, colega.»
—Sí, de verdad. ¿Qué pasa? ¿Acaso crees que no sé cocinar?
—Pareces terriblemente acostumbrado a que la gente te sirva.
—Lo estoy, sí —dijo, cruzando los brazos por encima del pecho—, pero también
hago las mejores tortitas que jamás hayas probado.
—Eso suena a desafío.
—Ponme a prueba.
Ella le dedicó una sonrisa. No quería pensar por qué eso la hacía tan
condenadamente feliz. Alegre.
«Algo…»
Algo en lo que no iba a pensar ahora mismo.
Se puso de pie y apartó la mirada de ella para distraerse. Sacó unos pantalones de
pijama del tocador y se los puso.
—Nos podemos duchar más tarde. ¿Tienes hambre?
«Ah, sí, me la tiraría en la ducha…»
La ducha le ponía. Ver a una mujer mojada, con el agua resbalando por la piel. El
vapor elevándose a su alrededor mientas él se inclinaba y se metía dentro de ella… Él
tenía una ducha fantástica para el sexo. Era lo bastante grande para montar una fiesta
dentro. Toda hecha de granito liso y pálido, con una banqueta, tres alcachofas y una
hilera vertical de chorros para el cuerpo. Se estaba volviendo a empalmar al pensar en
Kara en su ducha, su cuerpo mojado…
—Me alegra ver que quieres alimentarme —dijo ella sacándole de las fantasías con
la ducha—. Podría comerme un caballo.
—Tendrás que conformarte con las tortitas. Toma, esto será más cómodo que tu
vestido.
Le dio la parte de arriba de su pijama, que jamás se ponía. Kara hizo pasar la
camisa de franela azul marino por encima de la cabeza. Le iba enorme, con el
dobladillo tocándole los muslos y la apertura delantera formando una profunda V entre
sus pechos. Le quedaba mucho mejor a ella. Estaba increíble; tremendamente atractiva.
—¿Es suficientemente cálido? —le preguntó, intentando recordar que tenían que
comer.
—Sí. Perfecto. —Se acercó hasta él. Sin los tacones seguía siendo alta. Sus largas
piernas desnudas lo parecían todavía más bajo el dobladillo de la parte superior del
pijama.
—A la cocina, criada. Me ayudarás.
—Eres un poco mandón, ¿no crees?
Él la fulminó con la mirada y sus ojos se encontraron.
—Sí, sí, lo soy.
Ella sonrió pero Dante vio cómo se enternecían sus rasgos con ese pequeño