Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 32
desafiarle.
Otro azote; esta vez más duro. Ella se limitó a inspirar y a esperar a que el escozor
se convirtiera en placer.
—Qué hermosa —murmuró Dante, que empezó a acariciarle el trasero, los muslos e
introdujo la mano entre estos—. Y estás tan mojada… Eres muy hermosa.
Le metió dos dedos tan repentinamente que se sobresaltó.
—Ah, no te muevas. Buena chica.
Pero ella apenas podía controlarse; el placer era demasiado intenso. Todo era
demasiado nuevo. El dolor y el placer se mezclaban en su cuerpo de una forma con la
que solo había fantaseado. Y algo le pasaba dentro de la cabeza; algo en lo que no
quería pensar. Era como si se soltara, como si le tuviera ya cierta confianza.
Sus manos se le antojaban muy suaves mientras la exploraban, y sus caricias la
apaciguaban. Cuando se agachó y la besó en la parte baja de la espalda se le puso la
carne de gallina y se estremeció.
—Eres tan receptiva… —comentó él con un hilo de voz—. Es increíble para alguien
que nunca había hecho estas cosas.
Dante bajó la mano con tanta fuerza y tan de repente que volvió a pegar un respingo.
No pudo evitarlo.
—¡Oh!
Él se rio y Kara percibió en su risa que estaba a gusto con ella, y eso la conmovió.
—¿Cómo estás? ¿Bien?
—Sí. Bien. Quiero… quiero más.
—Yo también. Te quiero a ti. No te muevas.
Le puso las manos en los muslos y le separó las piernas un poco más. Se colocó
detrás rozándola con las caderas y con la entrepierna apoyada en su sexo. Se hubiera
arrimado a él —se moría de ganas de hacerlo— pero se sentía inmovilizada por el
deseo de Dante de que no se moviera. Por su deseo hacia él.
Él se le acercó más y le introdujo el pene. Fue solo la punta pero el placer le dio una
sacudida.
—Oh, me gusta…
—Shhh —le espetó él.
Dante permaneció quieto un momento y luego la penetró del todo. Así, de repente, la
embistió con fuerza.
—¡Ah, joder, Dante!
—Qué bueno. Menuda sensación.
Ambos jadeaban. Entonces él empezó a moverse; dentro, fuera, dentro, fuera. Era
una gozada notar su grueso pene. Dolía un poco porque era muy grande pero, a su vez,
eso intensificaba el placer. Con una mano seguía sujetándola por la parte baja de la
espalda, y a ella le encantaba. De hecho, le gustaba todo.