Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 29

—Me encanta lo hermosa que es una mujer —le dijo con la voz entrecortada—. Absolutamente preciosa. Se agachó, lamió la dulce abertura y le cautivó notar el temblor como respuesta. Le gustaba mucho practicar sexo oral con una mujer: le volvía loco saborear el deseo. V olvió a lamer más suavemente. Sabía que ahora estaba muy estimulada pero podía hacer que se corriera de nuevo si se esmeraba. Conseguiría que volviera a llegar al orgasmo. Le presionó el clítoris con la lengua, con la que trazaba movimientos circulares. Mientras, ella tensaba los muslos y levantaba las caderas para acercarlas a su boca hambrienta. Introdujo más la lengua y la extrajo después para lamer ese duro bultito del clítoris. Dentro y otra vez fuera; una y otra vez. Oía su respiración entre jadeos y notaba cómo le tiraba del pelo. Cuando le introdujo dos dedos ella llegó al orgasmo entre gritos. Todo su cuerpo temblaba. Le encantaba su sabor, caliente y dulce y con un punto agrio. Al final, dejó de asirle los dedos con los músculos. No obstante, su interior seguía siendo suave, aterciopelado e increíblemente caliente. Si no la penetraba pronto, perdería la cabeza. Se incorporó y alargó el brazo para coger un preservativo de una cajita lacada que tenía en la mesita de noche. De rodillas, se lo colocó con cuidado. Ella le contemplaba; paseaba la mirada de su rostro a su pene y se relamía. Tenía los labios oscuros e hinchados, a pesar de que no la había besado demasiado. Al menos, no tanto como querría. ¿Cuándo había sentido esas ganas de besar a una mujer? «Fóllatela, joder. Penétrala y lo demás ya caerá por su propio peso.» Tenía que controlarse un poco y controlarla a ella. Debía conseguir que le obedeciera. Le agarró los muslos, hincándole los dedos en la piel. —¿Estás preparada para mí, Kara? —Sí, estoy lista. —Dime que lo deseas. Había dicho lo mismo a otras mujeres de modo que ¿por qué se le antojaba ahora como una especie de prueba? —Te deseo. Quiero que… que me penetres. Que me folles y que me hagas… todas esas cosas de las que hablabas. Muérdeme, pellízcame… —¿Y que te azote? Kara se quedó callada un momento y él aguardó su respuesta como si el tiempo se hubiera detenido un instante. Era demasiado importante, joder. Al final, ella contestó con un hilo de voz: