Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 183
—Esto es lo que quiero, Kara. Tú eres lo que quiero.
La rodeó con sus brazos y la abrazó muy fuerte, y ella apretó la mejilla contra su
pecho, dejando que su latido la tranquilizara.
Cuando Kara volvió a despertarse, afuera volvía a ser oscuro, al margen del brillo
apagado de las farolas al otro lado de la ventana. Dante todavía dormía a su lado;
notaba cómo su pecho subía y bajaba suavemente.
Observó el cielo, en el que no había ninguna nube pero, estaba salpicado de
estrellas.
¿Cómo podía ser que tuviera todo aquello? ¿Podía confiar en eso? Jamás había
tenido amor. Jamás se había permitido sentirlo. No sabía qué esperar.
—Eh. —Dante tenía la voz ronca, dormida—. Te oigo pensar.
Kara se quedó callada un segundo. No sabía cómo compartir eso con él, si es que
aquello era algo de lo que podían hablar.
—¿Puedo solo… solo pensar en ello un rato?
—Mmmm… solo si me das de comer. Estoy muerto de hambre.
—Yo también. —Era la primera vez que tenía hambre desde hacía días. Pero, de
repente, estaba famélica.
—¿Tienes huevos? —preguntó Dante—. Puedo preparar una tortilla.
—¿De verdad?
—Aquí el cocinero soy yo, ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo. Y ya sabía que no era yo. Creo que sí tengo huevos. Tal vez un
poco de queso, incluso.
—Eso es lo único que necesito. Vamos.
Él se puso en pie y la levantó de la cama; Kara sonrió mientras se volvía a poner al
albornoz que había tirado al suelo y él se ponía los pantalones. El aire era un poco
fresco, pero Dante no se molestó en ponerse la camisa y se dejó el torso desnudo. Eso
permitió que ella admirara, tal y como hacía tan a menudo, sus anchos hombros, sus
brazos y su pecho musculosos, la tableta de chocolate cincelada en su estómago.
Entraron en la pequeña cocina y ella sacó los ingredientes mientras él rebuscaba en
los armarios hasta que encontró una sartén. Solo le bastaron unos minutos para batir los
huevos; entonces se sentaron a la mesa de la cocina para comer, hablar y masticar
juntos en silencio. Era agradable y cómodo.
Una vez más, Kara tuvo que preguntarse si realmente podía tener todo eso: una
compañía agradable y las palpitaciones excitantes que le encendían las mejillas con
solo mirarle. Era una combinación muy extraña, pero era maravillosa. Y escalofriante.
Kara dejó el tenedor sobre la mesa e inspiró hondo.
—¿Qué pasa, cielo? ¿Ya has acabado de comer? —le preguntó Dante.
Kara respondió en voz baja:
—Todavía tengo… un poco de miedo. ¿No tienes miedo, Dante?