Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 181
pene, él gimió. Pero Dante no estaba dispuesto a ceder ante su propia necesidad, no
hasta que hubiera satisfecho la de Kara.
Contuvo la respiración, inhalando su perfume, esa esencia de flores y deseo de
mujer; embriagado con él.
«Kara.»
Finalmente, Kara era suya. Suya de verdad.
Kara se retorcía debajo de él, estaba fuera de sus casillas. El deseo la quemaba
como lava fundida en su cuerpo, concentrado en sus pechos, algo doloridos, mientras
Dante los torturaba deliciosamente con su ávida boca y enviaba olas de placer hacia su
sexo, creando allí un pulso rítmico y fuerte. Puro deseo. El anhelo era como un
zumbido en sus carnes. Y todo eso por culpa de él, de Dante.
«Suyo.»
El pelo de Dante era como seda en sus manos. Su boca sobre la de ella, como fuego
líquido. Su amor, como el afrodisíaco más salvaje que ella jamás pudiera haberse
imaginado.
Kara envolvió las piernas de Dante con las suyas, atrayéndolo hacia ella; necesitaba
más y más. Cuando Dante puso su pierna entre las de ella, fue como un relámpago de
placer. Y con nada más que eso, con su muslo musculoso apretado contra su vagina
húmeda y su boca y su mano sobre el pecho, ella se corrió con un grito.
—¡Dante! Ah, Dios…
Kara se arqueó hacia él, temblando con los estertores del placer, como fuegos
artificiales que estallaban tras los párpados cerrados.
Cuando Dante gimió, apretando el pene hinchado contra su vientre, y notó toda su
excitación fue como si se volviera a correr. Kara separó las piernas mientras deslizaba
las manos hasta sus fuertes nalgas para atraerle hacia ella.
—Ah, joder, cielo, me vas a matar. Dame un momento.
—Ahora, Dante, ahora.
Él se echó a reír.
—Necesitamos un preservativo, preciosa. Aguanta.
Solo tardaría unos pocos segundos, pero era demasiado tiempo para ella.
—Venga, Dante. No puedo esperar. De verdad, no puedo.
Sonrió mientras se ponía encima de ella. Los ojos de Dante brillaban dorados con la
luz de la tarde. Eran preciosos. Y mientras miraba, se le enternecieron las facciones y
su sonrisa desapareció. Su expresión se volvió de asombro mientras la penetraba.
—Cielo —murmuró—. Te quiero, Kara. Te quiero, preciosa. Eres mía.
A Kara la cabeza le daba vueltas y tenía el cuerpo consumido por las sensaciones, el
placer y una necesidad de él que iba más allá de cualquier sensación física.
—Yo también te quiero, Dante. Te quiero.