Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 170
—Oh, mierda, ahora sí que la he hecho buena. Lo siento de veras. —Le puso una
mano sobre el brazo.
—Estoy bien. De verdad. Solo que… ver cómo alguien me muestra su compasión
siempre me provoca esto. Ni siquiera he hablado de ello con mi mejor amiga por ese
motivo.
—Prometo que ahora tendré la boca cerrada. Pero… dímelo si necesitas algo, ¿de
acuerdo?
Kara asintió.
—¿Por qué no te tomas un momento en el lavabo de señoras antes de la reunión? Te
cubriré.
—Gracias, Ruby. Quizá lo haga. Y, oye, ¿sabes si Dante está hoy aquí, o ha vuelto a
los juzgados?
—No estoy segura. No he tenido la oportunidad de mirar el horario antes de recibir
el mensaje del señor Kelleher, y no he parado desde entonces. ¿Quieres que lo
averigüe y te lo diga antes de la reunión?
—No. Dudo que tengamos tiempo. De todos modos, esté allí o no, tengo que…
afrontar las cosas, ¿verdad?
—Pues sí. De acuerdo, nos vemos allí.
Ruby le dio otro apretón en el brazo antes de dejarla en el pasillo.
Kara se fue rápidamente hacia el lavabo. Se lavó las manos y dejó que el agua
caliente la tranquilizara. Sabía que no podía quedarse demasiado tiempo pero se
alegraba de tener un momento para recuperar el aliento.
Se miró al espejo. Era verdad que estaba un poco pálida. Se dio un par de cachetes
en las mejillas, confiando en que cogieran un poco de color, y luego se encogió de
hombros. No podía hacer gran cosa; tenía que irse.
La sala de reuniones estaba a rebosar; la mayor parte de los trabajadores estaban
allí, los unos al lado de los otros alrededor de la gran mesa de conferencias; el
personal administrativo y los secretarios estaban de pie junto a la pared. La mesa
estaba llena, de modo que Kara se quedó de pie al lado de Ruby, que le dedicó una
leve sonrisa para animarla.
Charles Landers estaba de pie delante de todos, asintiendo y sonriendo. A los pocos
segundos, se unió a él Lyle Kelleher, y finalmente, Edward Tate. Allí estaban los tres,
como siempre, impecables y elegantes, con esos trajes oscuros y corbatas de colores
brillantes, y sus diferentes tonalidades de pelo plateado.
Lyle Kelleher carraspeó y Kara miró alrededor sintiéndose un poco aliviada. Dante
no estaba allí.
—Hoy tenemos que anunciar algo alegre y triste a la vez —dijo el señor Kelleher.
Hizo un gesto hacia una de las abogadas que estaba sentada en la gran mesa—. Me
temo que Julie Dillard nos dejará el mes que viene. Pero nos deja por un buen motivo.