Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 156
cosas. Tenía mucho que pensar.
Pero tal vez fuera hora de empezar.
¿Era posible que amara a esa mujer?
El pensamiento le pasó por la cabeza y por el corazón como un fogonazo de luz.
Cegador. Puro.
Se le aceleró el corazón, cuyos latidos le repiqueteaban en el pecho.
«No.»
¿Pero acaso no lo negaba porque era a lo que estaba acostumbrado?
Se frotó la barbilla en un intento de poner un poco de orden en su cabeza. Al
parecer, por mucho que lo intentara no lograba tranquilizarse.
Se pasó la mano por el pecho y presionó como si con eso pudiera suavizar los
erráticos latidos de su corazón y así tranquilizarse.
Joder, no se lo podía creer. No estaba preparado para creérselo todavía. Sabía que
estaba sintiendo algo por ella, algo nuevo y especial, pero ¿eso?
«Es imposible.»
Pues ahora parecía que no lo era.
Se la acercó un poco más.
Tenía que calmarse. Era tarde y estaba cansado. En realidad tampoco hacía falta que
hiciera nada. Podía tomarse su tiempo para averiguar dónde tenía la cabeza y qué
postura tomar en cuanto a eso. En cuanto a todo ese… amor.
Era idiota. Se comportaba como si fuera un adolescente, algo que le pasaba
demasiado a menudo con Kara.
La quería, por el amor de Dios.
«Mierda.»
Se le aceleró el pulso y, sin pensar mucho en ello, se dio la vuelta para inspirar el
olor de su cabello. Era reconfortante.
Estaba perdiendo el juicio.
Lo había perdido.
Estaba desaparecido ya.
No sabía cómo demonios había pasado pero se había enamorado, aunque no lo
pretendía. A pesar de que sabía de lo que era capaz y de lo que no. Y no sabía qué
diablos iba a hacer al respecto.
Y ahí estaba, tumbado con la cabeza de ella sobre su pecho, oyendo cómo respiraba.
Oía también el sonido de la lluvia en las ventanas y el lejano retumbar de los truenos.
Quería estar despierto para reflexionar sobre esto y encontrarle el sentido. Pero, al
final, el suave ritmo de la respiración de Kara le tranquilizó. Eso y la lluvia que caía
formó una especie de capullo a su alrededor. Consiguió relajarse, aunque oía un
zumbido en la cabeza por toda la sobrecarga sensorial. En algún momento, con la luna
escondiéndose tras un banco de nubes y las estrellas que empezaban a desaparecer, se