Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 145

le sobrevino como la tormenta que se libraba en el exterior. Dante la sostuvo así, con una mano en la parte baja de su espalda, dejándola disfrutar de los últimos coletazos de placer. Al final dejó de estremecerse y se quedó quieta, en silencio. Kara oía la lluvia y su propia respiración entrecortada. Sin mediar palabra, él la incorporó y la acogió entre sus brazos de nuevo. Ella apoyó la cabeza en su hombro, embriagada por su olor. Era suyo. Él acababa de demostrárselo de un modo que tal vez nadie más llegara a entender. Pero ambos lo sabían y eso era lo único que importaba. Ella inspiró aire y lo soltó poquito a poco. Por lo menos, eso sería lo que se diría de momento. Dante notó cómo Kara se relajaba entre sus brazos. Era tan hermosa así que apenas podía mirarla: tenía las mejillas encendidas, el pelo por todos lados y los labios sonrosados y algo separados. Las pestañas descansaban sobre sus mejillas como largas hebras de seda. Joder. ¿Cuándo había pensado en una mujer en esos términos tan poéticos? Sin embargo, eso era lo que ella le provocaba. Bueno, eso y liarle la cabeza, aunque fuera algo bueno. Era algo que quería, que ansiaba. Ella gimió con dulzura y se movió, volvió la cabeza y la apoyó en su pecho de modo que sintió la suavidad y calidez de su mejilla sobre sus pectorales. La quería. La había querido todo este tiempo. En sus brazos. Quería estar en su cuerpo. Quería controlarla y comprobar su respuesta. Era increíble. Era la emoción más extraordinaria que hubiera experimentado nunca, aparte de las motos y tirarse de cabeza desde acantilados. Sus otras experiencias de BDSM con multitud de mujeres tampoco podían compararse. Para él, estas mujeres ya no tenían rostro. Quizá nunca lo habían tenido. Pero el de Kara sí lo veía, lo que hacía que el juego de poder fuera una nueva experiencia para él. —Kara. —¿Mmm? —Levantó la cabeza y sus brumosos ojos de mirada somnolienta se asomaron tras unos párpados medio cerrados. Ahora eran de un tono verde, dorado y plateado. Eran muy bonitos. —No puedes ser más hermosa. Ella esbozó una sonrisa. —¿Eso es todo lo que querías decirme? —Sí. —Le devolvió la sonrisa—. E inteligente. Y creativa. Ella no pudo evitar sonreír algo tímidamente. —Ya me acuesto contigo. No hace falta que me convenzas. Él se rio y la colocó de lado, igual que él, para poder mirarla a los ojos.