Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 143

manos en su piel. Él gimió al tiempo que se agachaba para besarla y sus labios aprisionaban los suyos. Le introdujo la lengua y ella notó el whisky que había bebido en la cena; era un sabor dulzón con un punto acre y muy masculino. O quizá fuera su sabor masculino, sin más. Sus manos la tocaban por doquier; empezó a quitarle el pijama y en cuestión de segundos estaba ya desnuda. Ella se pegó a él, rozándole la camisa con los pezones. Notaba la lluvia en la tela, el olor del agua junto con su jabón de notas cítricas y almizcladas. ¿Había conocido a otro hombre que oliera tan bien como él? Los truenos retumbaron en el exterior e hicieron vibrar las ventanas; poco después, unos rayos iluminaron el cielo. El olor a ozono pronto se filtró por el apartamento, mezclándose con el de Dante. Era el olor del poder. Un olor que le iba de perlas a él. Él se separó un poco y murmuró: —Vamos, preciosa. ¿Dónde tienes la cama? Las manos de Dante reptaban por su cuerpo, las pasó por debajo del trasero y la alzó sin mucho esfuerzo. Ella le rodeó la cintura con las piernas y él la besó en la boca y el cuello, mientras recorría el pasillo hacia el dormitorio, que estaba tenuemente iluminado por una lamparilla encima de la mesita de noche. La dejó sobre la cama con cuidado. Kara se estaba acostando cuando él llamó; el edredón lavanda y blanco estaba medio retirado y se veían las sábanas debajo. Los notó fríos en contacto con la piel. Él se inclinó para encender la lámpara de la otra mesita. —Necesito verte —le dijo con la voz ronca, preñada de deseo. Ella también quería verle. No perdió detalle mientras se quitaba la camisa, se quitaba los zapatos con los pies y luego los pantalones. Su cuerpo era pura fibra, puro músculo. Tenía unos abdominales de infarto y la espalda amplísima. Tenía una erección impresionante que le tensaba los bóxers oscuros. Se notó el sexo más húmedo que nunca. Estaba mojada con solo verle a él y su masculinidad. Tan mojada como las calles en ese momento, azotadas por una lluvia incesante que golpeaba las ventanas. Él la miraba con el semblante impasible. Era duro como una roca, como su pene cincelado y los pezones, erectos y oscuros en su piel dorada. Kara se relamió y vio cómo movía el pene. Su sexo respondió tensándose. «Lo necesito dentro de mí…» Se abrió de piernas y le hizo un gesto para que se acercara. Él sonrió y se detuvo un momento a respirar. Entonces se le colocó encima, cubriendo su cuerpo con el suyo mientras sus mano ͔́