Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 129

Junto al coche, se quitó el abrigo y lo tiró a los asientos traseros, tras lo cual miró alrededor. No había nadie por ahí. Por lo menos, no ahora. Aunque estaba demasiado excitado para que le importara. Además, estaba la emoción añadida del exhibicionismo, si bien no había nadie cerca de momento, algo que sí sucedía cuando jugaba en el Pleasure Dome. Se dirigió al asiento del conductor, subió, accionó una palanquita y esperó a que el asiento se echara hacia atrás del todo. Luego reclinó el respaldo hasta que estuvo completamente horizontal. Se desabrochó los pantalones, se sacó el pene y se puso el preservativo de inmediato. El mero roce de los dedos era casi imposible de soportar. —Ven aquí, cielo. Alargó el brazo hacia Kara. Mientras se colocaba encima de él, Dante reparó en lo brillantes que tenía los ojos. Estaba en pleno subespacio. No dejarla hablar mucho solía provocarle ese efecto; aunque la hubiera tocado en su mesa hacía un rato, seguía sumida en ese estado y cada vez se sumergía más en él. Era algo precioso. Pero apenas podía pensar en eso ahora. De hecho no podía pensar en nada mientras ella le montaba, a horcajadas, y se le subía la falda hasta la cintura. —Quédate aquí, Kara. Solo quiero… follarte. —Levantó las caderas y la penetró. El placer lo invadió al momento—. Ah, joder. Qué bien, Kara. No te muevas o me correré. Contuvo la respiración con el pene latiendo en su interior. Tras un rato y unas respiraciones largas y reposadas para tranquilizarse, ella preguntó: —¿Dante? —¿Qué pasa, cielo? —Quiero… ¿Me dejarás que te folle yo a ti? Era fabuloso que le preguntara eso, aunque aún estuviera en el subespacio. Seguía ahí a pesar de lo que acababa de hacerle. —Me vas a matar, preciosa. Pero sí, fóllame. Ella le sonrió y se mordió el labio al tiempo que presionaba encima de su pene. —Ah… El placer era como una corriente eléctrica, palpitante y vibrante, que notaba dentro del vientre. —Espera —le pidió, sujetándola por la cintura mientras inspiraba hondo. Intentaba tranquilizarse otra vez—. De acuerdo —dijo, al final. Ella empezó a moverse y a inclinar las caderas. Su sexo era como un cálido envoltorio a su alrededor que le apresaba el pene. Subía y bajaba hasta que él empezó a marearse, incluso, como cegado por tanto movimiento. El placer aumentó tanto que casi le dolía en el pene, los testículos y el pecho. —Kara… Ella aceleró el ritmo y empezó a cabalgarle con pasión. Estaba tan guapa que no