Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 127

Una vez más sintió el placer en su interior: en el vientre y en el pene. —Ah, eres perfecta. Y era verdad. Era perfecta. Kara se le abalanzó; ella y sus senos de curvas sinuosas bajo la camisa de seda. Juraría que notaba cómo empezaba a aumentar el calor en su sexo, incluso a través de las capas de tela de las medias, la falda y sus pantalones. Menuda tortura. No resistiría ni un segundo más. —Levántate para mí, Kara. Lo hizo sin mediar palabra. Si ella supiera lo sumisa que se volvía con él cuando le insinuaba siquiera un juego de roles… Era automático y le encantaba. —Date la vuelta —le ordenó, y ella obedeció—. Quítate los zapatos. Muy bien. Metió las manos debajo de su falda y le bajó las medias. Luego le subió la falda hasta la cintura y descubrió que no llevaba braguitas. —Genial. Inclínate y apóyate en la mesa. Ahora separa esas piernas tan bonitas para mí. Hizo lo que le pedía; se apoyó en la mesa, inclinándose hasta que Dante alcanzó a ver sus labios rosados, que brillaban por lo húmeda que estaba. Se le hizo la boca agua. Le acarició el trasero desnudo y notó su escalofrío. Cuando introdujo sus dedos entre los suaves pliegues del sexo, vio que estaba completamente mojada. Notó que le latía el pene. —Inclínate un poco más… Sí, así. Levantó el culo y su sexo quedó abierto para él. Aún sentado, Dante se inclinó hacia delante y le sujetó las piernas para poder hincarle el diente. Tenía un sabor salado, como el mar y el néctar puro del deseo. Le dio un lametón a la vagina y ella empezó a gemir al instante. Él se retiró un poco. —No te muevas, Kara. V olvió a acercarse y la chupó de nuevo. Ella tensó los muslos —notó cómo se tensaba entera—, pero también sabía que eso significaba que estaba a punto de correrse. Entonces siguió chupando y lamiendo sin cesar. Con los pulgares la acariciaba por dentro, desplazándolos hacia arriba para presionar ese duro botón del clítoris. Ella gimió con delicadeza y echó la cabeza hacia atrás para acercársele. —Dante… Él siguió lamiéndola e introduciéndole la lengua más adentro. —Estoy a punto de correrme —susurró. Él se apartó, deteniéndose lo justo para posar una mano sobre su trasero. Ella se echó hacia atrás, a sabiendas de lo que iba a hacerle, y separó las piernas aún más. Y