Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 114

se lavaba también, pasándose la esponja por el pene erecto. Se estaba aclarando cuando le dijo: —Dante, por favor. Déjame a mí. Deja que te toque. Él sonrió y asintió. Entonces ella cogió la alcachofa de la ducha, se arrodilló y dirigió el chorro a su vientre y luego más abajo. El agua caliente se le antojaba como mil agujas en su piel deseosa y gimió. Kara desplazó el chorro entre sus muslos y él separó un poco más las piernas. Giró un poco la alcachofa para que el agua llegara a sus testículos. —Ay, joder, qué bien —musitó él. El placer le sobrevenía como una ola enorme. Tuvo que apretar la mandíbula para que no se lo llevara la corriente. Ella le sostuvo los testículos en una mano y se los masajeó suavemente; Dante pensó que se iba a morir de placer. Lo que le hacía, el hecho de verla con su camisa, el algodón empapado adherido a su piel… La sujetó por los hombros; el pelo le caía en cascada por la espalda. Empezó a mover las caderas hacia delante y hacia atrás; no podía evitarlo. Ella levantó la vista con las mejillas encendidas y una mirada ardiente. Y sin apartar la vista, le cogió el pene y le acarició la punta con los labios. —Joder, Kara… El placer le corría por las venas. Y cuando acogió la punta del pene entre sus cálidos y carnosos labios, le pareció que le flaqueaban las piernas. Se apoyó en las paredes de granito de la ducha e intentó respirar. Pero cada vez le resultaba más difícil; ella trazaba círculos con la lengua sobre la punta y la introducía en el agujerito para luego chuparle el pene entero y succionarlo con ganas. —Kara, me voy a correr si sigues así. Estoy a punto de correrme, cielo… Pero ya había perdido el control de la situación. Ella chupaba y chupaba, introduciéndoselo hasta la garganta y luego lamiendo hasta la punta. Con una mano le tocaba la base del pene sin cesar y con la otra orientaba el chorro de agua hacia sus testículos. Iba a perder la cabeza. Empujaba las caderas hacia su boca. Tal vez con demasiada dureza, pero ella lo resistía bien. «Es perfecto…» El placer aumentaba de un modo agudo y casi doloroso. Ella le seguía estimulando sin tregua, como él había hecho con ella. Y al cabo de un momento llegó al límite con el frágil hilo que le unía a la cordura. Al borde del control, del orgasmo y de ella. Al correrse gritó su nombre, una y otra vez. Empujó las caderas hacia ella de nuevo. Ella chupaba tan fuerte que le dolía pero al mismo tiempo le parecía maravilloso. Nunca se había corrido con tanta fuerza. Cuando terminó notó que le temblaba todo el cuerpo. Kara se incorporó y le ayudó a sentarse en el banco de obra que había dentro de la ducha. Jadeaba e intentaba por todos los medios respirar con normalidad.