Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 112
exhibicionismo. No podía estar más orgulloso de la belleza y la reacción de Kara.
Se había puesto tan cachondo que apenas podía soportarlo. Tuvo que esforzarse al
máximo para no arrimarse a su trasero —cada vez más enrojecido—, bajarse los
pantalones y embestirla. Sin embargo, se prometió que no haría nada parecido, al
menos no en su primera vez en el club. A pesar de todo, algo se removió en su interior
cuando ella empezó a tocar fondo. Incluso cuando ella estaba sentada a horcajadas en
el banco y él tenía la mayor erección de su vida en contacto con la parte baja de su
espalda. Se había vuelto extremadamente protector con ella. Y con eso también sintió
la necesidad de tenerla para él solo. Era una sensación de propiedad y de un deseo que
apenas podía controlar, y cada elemento hacía que el otro aumentara.
«Mía.»
Gruñó. Seguía teniendo una erección tan grande que le dolía el pene, incluso. Ella, a
su lado y aún algo aturdida tras llegar al clímax, seguía sumida en el subespacio. Era
demasiado bueno. No veía el momento de llegar a su casa.
La miró: tenía los ojos medio cerrados, con destellos dorados que irradiaban calor
bajo sus largas pestañas. Sus labios eran de un rojo intenso y estaban hinchados. Joder,
era preciosa.
Se acercó, le acarició los labios carnosos con un dedo y notó un chispazo de placer
cuando Kara se lo chupó.
Su boca era todo calor y suavidad, como el terciopelo. Masculló. Su sexo le
transmitiría lo mismo y estaría igual de húmedo.
Introdujo una mano entre sus muslos y sonrió cuando abrió un poco los ojos y luego
de par en par al recorrer sus húmedos labios menores.
Ah sí, estaba empapada, como ya esperaba. Estaba preparada para él.
—No te muevas —le dijo en un tono suave. No podía resistirse a hacerlo.
El taxista no les hacía ningún caso; estaba enfrascado escuchando música cutre en la
radio. Dante la miró y vio cómo se mordía el labio mientras él le introducía el dedo y
empezaba a bombear.
Kara arqueó la espalda y él sacudió la cabeza, tras lo que volvió a quedarse quieta.
Esa chica era simplemente perfecta. No era la primera vez que lo pensaba.
Oía la dureza de su respiración entrecortada mientras seguía moviendo la mano. El
pene se le hinchaba por momentos. Estaba a punto de explotar.
—Tengo que follarte pronto, preciosa —le dijo al oído con un hilo de voz.
Ella se limitó a parpadear; tal vez estaba demasiado aturdida para responder. No le
importaba. Le encantaba, de hecho.
El taxi se detuvo frente a su casa y él apartó la mano. Ella suspiró, resignada. Le
pagó al taxista, dándole una propina demasiado generosa. No le importaba. Solo quería
llevar a Kara a su apartamento.
Una vez dentro, la desnudó deprisa. Tuvo que detenerse y contemplarla para