Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 104

en todo momento y recordando que estaba en buenas manos. Dante le puso las manos en los hombros y la miró fijamente. Sus facciones eran tan duras, tan masculinas… Era muy guapo. —Kara —dijo en voz baja. Notaba el calor que desprendía y quiso que la besara con todas sus ganas—. Te quitaré la ropa. —Oh… De repente se quedó impactada aunque no estaba segura de por qué. Había algunas personas desnudas en el club. Sabía que se encontraría con eso y a pesar de todo la idea la hizo temblar, a partes iguales, de los nervios y de un anhelo cada vez mayor. «Le necesito. Necesito esto.» Él se inclinó hacia delante y acercó la boca a la suya. —Kara, inspira hondo. Lo único que tienes que hacer es obedecerme. Haz lo que yo te diga y ya está. Yo me encargaré de todo lo demás. Ella asintió. Sabía que cuidaría de ella. De repente la mente se le vaciaba y empezaba a llenarse de un ruido blanco y suave. Se dejó llevar un poco mientras Dante la desnudaba. Se colocó detrás y le bajó la cremallera del vestido. Ella notó el roce del cuero al quitárselo por la cabeza. Lo único que llevaba debajo era un tanga de encaje blanco. —Muy hermosa —murmuró antes de quitárselo también, deslizándolo por su cuerpo y luego por las botas. Entonces también le quitó el calzado, sujetándola en todo momento para que no perdiera el equilibrio. Sintió la calidez del aire en su piel desnuda. Nunca se había sentido tan expuesta en la vida como ahora en esa sala llena de gente. Eso la hizo temblar de deseo y una pizca de orgullo extraño. Se notaba los pezones duros. Dante le acarició los hombros, deteniéndose para presionar un poco; lo justo para hacerle saber que él estaba al mando. La mente de Kara se vació un poco más y se sintió mojada. —Kara, quiero que te arrodilles —le dijo en voz baja pero con un tono tranquilizador—. Sé que no lo hemos hecho antes, pero es un símbolo hermoso de tu sumisión. Sé que no eres una esclava; no es eso lo que me interesa. Tu sumisión hace que esto pueda suceder en este momento. ¿Lo entiendes? —Sí, Dante… pero es que… no sé si podré hacerlo. —Se notaba un nudo en el pecho que no podía explicar. —Podrás. Te sorprenderás al saber lo liberador que puede ser que te entregues a mí. ¿Confías en mí? —Sí, confío en ti. —Entonces arrodíllate, preciosa. Joder, ¿de verdad iba a hacerlo? La cabeza le daba vueltas a mil por hora. Y al mismo tiempo que giraba vertiginosamente, estaba prácticamente vacía.