Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 101
¿Podía seguir viéndola y mantener a pesar de todo un poco de control, fuera de los
papeles que interpretaban en sus actividades sexuales? Al menos en ese aspecto
mantenía el control.
En su mayoría.
«Mierda.»
Tuvo que obligarse a parar, quedarse quieto y contemplar la bahía de Elliott, que se
desplegaba ante sus ojos. Estaba demasiado oscuro para ver el agua pero las luces de
los barcos allí amarrados se reflejaban en ella, fulgurantes. Eran unas vistas
estupendas. Unas vistas de un millón de dólares. En esos escasos días claros, el
horizonte parecía que se extendía hasta el infinito tras un agua brillante y
resplandeciente. Y por la noche esa hermosa vista se tornaba una ristra de joyas por
los barcos, que bordeaban la costa por un lado, y la ciudad de Seattle, que se extendía
por el otro. Sin embargo, en ese momento le importaba muy poco. Se dio la vuelta y se
frotó la mandíbula.
«No pienses tanto, joder.»
Tenía que recobrar la compostura, sobre todo esta noche. Era la primera vez que
Kara visitaba un club de BDSM y podía ser demasiado apabullante. Tenía que estar en
pleno uso de sus facultades.
«Céntrate en el club y en tu función como dominante.»
Se le daba bien desempeñar esa función; siempre había sido así, centrado y fuerte.
Así era como tenía que estar esta noche porque había algo distinto en el hecho de
llevar a Kara al Pleasure Dome. En la idea misma de desnudarla y jugar con ella
delante de la gente. Era increíblemente excitante. Tenía que dejar de pensar en lo que
acechaba bajo la superficie de la emoción sexual y la excitación del juego de poder.
Inspiró hondo e hizo un esfuerzo para poner la mente en blanco y tranquilizarse.
Llamaron al timbre y dio un respingo.
Ya había llegado.
«Kara.»
Abrió la puerta.
Estaba tan hermosa. Llevaba el pelo largo y castaño —una mezcla de tonos
chocolate y caramelo— suelto y por los hombros, que estaban desnudos porque llevaba
un vestido blanco de cuero de tipo corsé. Se había pintado los labios de rojo, lo que le
excitó al instante: esa boca de vampiresa en su rostro hermoso tenía siempre un aire de
inocencia.
Joder.
—¿Dante?
—¿Qué? Lo siento. —No se había dado cuenta de que la tenía ahí plantada en el
pasillo mientras la miraba—. Pasa.
Le cogió la mano y la hizo entrar en el apartamento. Se quedó allí, mirándola una vez