Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 96

—Eso debe de ser. —Alec se quedó callado un momento—. ¿Me vas a decir qué está pasando aquí? —¿A qué te refieres? —No quería ser borde con él, pero le salió así. —Vamos, Connor, que hace mucho que nos conocemos. Vaya mala leche te gastas hoy. A ti te pasa algo; debe de haber un motivo. Suspiró y se frotó la barbilla. Había olvidado afeitarse esa mañana. Se había despertado con Mischa acurrucada junto a él, desnuda, y el corazón se le derritió. Era por la sensación de su cálido cuerpo en sus brazos, por la necesidad de protegerla, por todo. El mundo. Él. Sobre todo por él. ¿Cómo podía hacerle daño después de todo lo que había pasado de pequeña? Después de ver cómo la vida la había defraudado. No podía hacerle eso. Tenía que irse antes de… ¿Antes de qué? Le haría daño si se quedaba por aquí con esos sentimientos; de eso estaba seguro. No había modo de poder darle todo lo que ella merecía en una relación. Dejar que Mischa pensara que podía tener eso con él… sería cruel. —Casi te noto pensar, Connor. Tienes el engranaje oxidado. —Ja, ja. Gracias. —¿Y bien? Alec aguardó pacientemente. —Pues… La chica… Me ha calado hondo, ¿sabes? —Ya, esa sensación me suena. —Sí, bueno… —Joder, ¿por qué no podía terminar las frases?—. No me gusta. —A los tíos como nosotros nos suele pasar. —Querrás decir a los tíos como yo. Tú te vas a casar, joder. —Hizo una pausa y suspiró—. Lo siento. No quería decirlo de la manera que ha sonado. Me alegro mucho por Dylan y por ti. —Yo solía ser ese tío, Connor —dijo su amigo—, ¿o ya lo has olvidado? —Pero las cosas han cambiado para ti. —Sí, claro —repuso Alec en voz baja pero firme. No iba a decirle nada más, pero Connor entendió que tal vez él también pudiera cambiar. Lo que pasaba era que no estaba de acuerdo. —Está bien —dijo Alec, al cabo de un rato de silencio—. Ve a trabajar, tómate tu tiempo para aclararte las ideas. Lo que necesites, ya sabes. No pienso pincharte ni darte la lata. Al menos te habrás despedido, ¿no? Empezó a sentir rabia y notó calor en la nuca. —Pues claro. ¿Por quién narices me tomas? No soy ningún patán. —Solo quería asegurarme. Mischa es dura de pelar, pero merece eso por lo menos. —Oye, no tienes que darme clases de lo que merece, amigo. Lo sé de sobra. ¿Por qué te crees que me voy así? —Se calló y se pasó una mano por el pelo—. Hostia, lo siento, eh. Estoy portándome como un gilipollas. —Pues sí, pero lo pasaré por alto. Llámame cuando vuelvas. Cuando estés de mejor humor o cuando estés peor, si necesitas hablar. —Así lo haré. Gracias, Alec. —De nada, tío. Colgaron y Connor miró por la ventana. Los aviones recorrían las pistas y el sol se reflejaba en las ventanillas. Esta mujer le había desestabilizado por completo. Le había llegado al alma. Se sentía cobarde al salir huyendo de esta forma. Era un maldito cobarde. Sin embargo, era mejor