Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 71
Siete
Mischa bostezó, se desperezó, estiró los dedos de los pies y levantó los brazos por encima de la
cabeza. Y recordó que estaba en la cama de Connor. Sonrió.
—Se te ve feliz esta mañana —dijo él con la voz ronca de sueño.
Mischa abrió los ojos para descubrirlo apoyado en un codo, mirándola. En la tenue luz matinal que
se filtraba por las cortinas de papel de arroz, sus ojos eran más dorados oscuros que verdes. Tenía la
barbilla ensombrecida por la barba de pocos días, cosa que ella encontraba increíblemente erótica.
Tanto como las líneas de su hombro musculoso y desnudo. Estiró el brazo para tocar con los dedos el
tatuaje de un nudo céltico rojo y negro que Connor llevaba alrededor de su bíceps derecho.
—¿Insinúas que tú no?
—Ah, no. Justo lo contrario.
—Tú pareces feliz la mayor parte del tiempo.
—¿De verdad?
—¿Por qué pareces tan sorprendido? —Sus rasgos se ensombrecieron como si, de repente, una nube
hubiera caído sobre él—. ¿Connor? ¿Qué he dicho?
Se rascó la cara con una mano.
—Nada. Solo que… no siempre soy tan feliz. O no siempre lo he sido. Dios. Lo siento. No es un
tema del que uno quiera hablar a primera hora de la mañana.
—No, no pasa nada. —Se encogió de hombros—. No conozco a nadie que no tenga ningún
pasado… algo de lo que no le guste hablar. Ciertamente, hay cosas de las que no me gusta hablar.
Cosas que no me han hecho nada feliz.
—¿Como tu madre? —preguntó Connor con delicadeza.
—¿Qué te hace pensarlo?
—La primera noche que nos conocimos. Mencionaste algo como que jamás había hecho de madre
de nadie. Supongo que eso hace que a uno le quede un regusto amargo.
—Sí, supongo —contestó ella con suma cautela.
—Y… Tengo que pedirte disculpas de nuevo. Soy cotilla por naturaleza. Forma parte de ser un
buen dominante, saber qué motiva a la persona con la que juegas. Pero no debes contarme nada que no
quieras.
Mischa se volvió a encoger de hombros, tirando de la punta del edredón gris con los dedos,
mirándolo.
—Oh, ya sabes, padres ausentes. O, mejor dicho, una madre excéntrica y un padre completamente
ausente. Estoy segura de que te suena la historia.
—No por experiencia propia. La mayor parte del tiempo desearía que mi padre fuera más ausente.
Era un auténtico gilipollas.
Cuando ella lo volvió a mirar, pudo ver el dolor en sus ojos; quizá no estaba lo bastante despierto
para ocultarlo.
—Lo siento, Connor.
—Sí, bien. Supongo que ese es mi resquemor.
—Jamás conocí a mi padre. Se largó antes de que yo naciera.
—Algunos dirían que casi mejor.